domingo, 6 de marzo de 2011

CAPITULO 35

Cuando Robin sale del camarote, Sanji cierra la puerta. Se queda inmóvil, de pie. Nami le da la espalda en la silla, cabizbaja. Las lágrimas siguen queriendo salir de ella, pero un escudo de rabia trata de impedirlo. Sí, Nami estaba rabiosa, rabiosa por Sanji, por su secreto, por su indecisión, por todo.

- Nami...

Aquella voz, antes dulce como la miel, ahora le enfadaba y le hacía daño. Antes, su nombre le producía una sensación de bienestar místico, pero ahora la hacía sentirse sucia.

- Nami, lo siento, de verdad,- Sanji se adelantaba poco a poco hacia la pelirroja.

- No, Sanji,- responde secamente ella, sin volverse. Sanji se para -. No me hables. Me has hecho mucho daño.

- Nami, compréndelo. Surgió así, sin más... Yo...

- Calla, por favor,- le interrumpe -. ¿No te das cuenta que por cada palabra que me digas más honda haces mi herida? ¿No ves que cada vez que hables me rompes el corazón en pedacitos cada vez más pequeños?

- Pero tengo que explicarme... O si no, siempre estaremos así. Y no quiero perderte...,- un halo de luz atravesó el alma de Nami... por un segundo -... como amiga,- Sanji logra acercarse hasta Nami. Está tras ella. Quiere tocarla, abrazarla, pensando que con eso la curaría para siempre, pero no se atreve -. Nami. Acabo de hablar con Zoro,- aquella frase la hizo otra herida en el corazón -. Ya estoy en paz con él. Ahora necesito estarlo contigo. Escúchame, aunque te duela, porque si no te lo digo, nunca podré mirarte a los ojos.

Durante los segundos que duró el silencio siguiente, Nami no pensaba más que en que Sanji se fuera y la dejara en paz. De repente, su mente se inundó de pensamientos sangrientos, pensamientos malvados. Quería matar a Zoro, quería matar a Sanji... se quería matar a sí misma. No era capaz de asimilar lo que creía que Sanji le iba a contar.

- He hablado con Zoro y... bueno... ya no hay ninguna duda dentro de mí... Lo siento Nami...,- Nami trataba de ser fuerte, pero la tristeza y la rabia juntas lo eran más -. Te he amado con locura desde el primer día que te vi, y cuando por fin caíste a mis pies, me hiciste el hombre más feliz del mundo. Porque te he amado siempre, te he tratado como una reina, me he desvivido por ti cada día, y no quiero que aquello se olvide. Por eso quiero que no pienses que fue todo una mentira, porque no lo fue. Te he tenido tan dentro de mí que ya formabas parte de mi. Y quiero que lo sepas. No quiero que te sientas mal ni que te duela, tan sólo quiero que lo guardes en tu mente como algo digno del recuerdo, porque sé que nadie te tratará ni te amará tanto o más como yo lo hice. Ni siquiera Luffy.

Al oir la última frase, Nami se queda como petrificada. ¿Eso significaba que Sanji veía con buenos ojos su relación con el capitán? Nami se vuelve hacia Sanji, mirándole a los ojos, como buscando la respuesta. El ojo visible del cocinero, entre triste y tierno, bendecía esa relación, pero Namo necesitaba oírlo.

- ¿Eso quiere decir... quiere decir que Luffy y yo...?

- ¿Quién mejor que él, un amigo de toda la vida en quien se puede confiar, para que cuide de ti?

Y en un impulso involuntario, Nami se levanta de la silla y abraza fuertemente al cocinero, el cuál le responde con un abrazo más tierno y suave.

- Tan sólo hazme un favor,- reponde Sanji -. Júrame que serás feliz junto a Luffy.

- Sólo si tú y Zoro también lo vais a ser.

F I N