viernes, 2 de noviembre de 2012

HETALIA (GerIta)

Aprovecho esta parte del blog para publicar un fic (oneshot) sobre Hetalia, dedicado especialmente a mi amiga @Wengermina, que es una gran fan de Hetalia, y seguro que la gustará.

Aquella pesada puerta chirrió al abrirse. El general Ludwig empujó al joven y débil Feliciano al interior de la sombría y húmeda mazmorra, cayendo al suelo, cansado y jadeante. Con mirada altiva, le lanza con desprecio aquel trozo de tela que a la vez le servía de único abrigo al joven prisionero. Feliciano apenas podía moverse, tenía la suficiente fuerza para extender su brazo, con amagos de querer avanzar, arrastrándose, pero no podía. La túnica que le lanzó el general cayó sobre él. Feliciano lo toma con la otra mano, como tratando de taparse con ella. Ludwig le observa, arrogante, durante unos instantes, antes de cerrar la puerta con un gran golpe. Se asoma a la ventana de la puerta. La luz de las teas del pasillo apenas alumbraban el interior lóbrego de la prisión del joven cautivo, el cuál, logra volverse y mirarle, con ojos piadosos. Ludwig gira el rostro, apático, y se marcha.

No sabía por qué, pero no podía reprimirse. Había tenido multitud de esclavos, y a todos los había tratado de igual forma (lo que explicaba la muerte de tres de ellos de manera involuntaria, aparte de otros dos que se suicidaron). Él realmente era una persona buena, que mostraba su ira y sadismo en el campo de batalla, pero era ver al esclavo de turno postrado ante él y poseerle el mismo ansia y descontrol que en el campo de batalla. Pero con Feliciano, con aquel pobre muchacho... Con él era diferente. Mientras estaba con él, siempre se apodera de sí mismo el mismo poder que en el campo de batalla, pero luego, cuando lo devolvía a su cárcel, le invadía un sentimiento extraño, una sensación de malestar general que le llegó a producir varias noches de insomnio. Esa sensación era lo que oyó mencionar alguna vez como remordimientos o conciencia.

Ludwig tenía ya por costumbre abusar de sus esclavos antes de irse a dormir, pero si ganaba la batalla en la que se presentaba, toda la soberbia resultante le conquistaba y hacía aumentar su sadismo hasta cotas increíbles (aún recordaba al esclavo anterior, suplicando por su vida y luchando por sobrevivir antes de exhalar su último aliento entre sus manos), pero era peor cuando perdía, desahogándose en el esclavo de turno. Pero era una fuerza que le sobrepasaba, un sentimiento del que era incapaz de dominar; es más, siempre le dominaba a él. Era ver el terror en los ojos del esclavo y sentirse superior, gigante, con poder de hacerle cualquier cosa al prisionero de turno. Era ver en los ojos de su pasivo un sentimiento de inferioridad extrema y sentirse como un dios. Le excitaba sobremanera que suplicaran, le hacía creerse invencible. Pero Feliciano...

Aún recuerda el día que lo conoció y le hizo su esclavo. Entraron a arrasar aquel poblado etrusco para expandir el poder del Imperio. Todos sus pobladores huían, algunos les hicieron frente, pero ellos acabaron por aniquilarlos. Cuando Ludwig finalmente se apeó de su caballo cuando acabó todo, se dispuso a investigar las casas de la aldea, pero mientras investigaba en una de ellas, notó cómo algo le atravesaba el cuerpo. Y el alma. Su quejido hizo que entrara un par de sus soldados, con las espadas desenvainadas. Ludwig se dio la vuelta y le vio. Su primera reacción fue darle una bofetada con el dorso de su mano, haciendo que su atacante cayera al suelo, de espaldas. Los dos soldados iban a darle el golpe de gracia con las espadas, pero Ludwig les detuvo a tiempo con una orden de voz. Los dos soldados se detienen y se giran hacia su superior, quien trata de ver su costado. Un pequeño reguero de sangre emanaba de su costado. Ludwig observó al joven que le había herido, aún con la daga con la que le hirió en la mano. Un sentimiento de ira sin igual le invadió y a punto estuvo de darle él mismo la estocada fatal, pero el terror que salía de los ojos de su atacante le hizo detenerse. Él jamás había cedido ante la súplica de su enemigo, pero aquel joven... con ese muchacho era diferente. Y le tomó como su nuevo esclavo.

Aquella misma noche pidió que se lo presetaran en su tienda. Cuando el soldado se lo llevó, lo tiró despectivamente ante el general, haciendo que el joven se postrara.

- ¿Cómo te llamas?,- recibió la callada por respuesta.

- ¡El general te ha dicho que cómo te llamas!,- el soldado le amenaza con la espada. A un gesto de Ludwig, el soldado envaina.

- Dejadnos solos,- cuando la tienda queda despejada, Ludwig insiste en su pregunta -. ¿Cómo te llamas, joven?

- Fe... Feliciano,- tartamudea el joven, con un hilo de voz.

- Esta mañana me heriste. ¿Sabes lo que eso significa?

- Que debí haber usado aquella daga para darme muerte a mí y no a ti.

- No. Significa que tienes mucho valor, muchacho. Es la primera vez que alguien me hiere sin ser soldado enemigo. Porque no eres soldado, ¿verdad?,- el joven gira el rostro -. Dime, ¿qué edad tienes?

- Dieciocho años...

- ¿Y con esa edad no eres soldado?

- Nosotros éramos una aldea pacífica. No necesitábamos de soldados ni armas.

- ¿Y qué hacéis si os atacaban?

- Huir,- ante esa rotunda respuesta, Ludwig se queda sin palabras, recostándose sobre su silla, mesándose su incipiente barba -. ¿Por qué me habéis dejado vivo?,- Ludwig se sorprende -. ¿Por qué no acabasteis conmigo, con mi vida y mi sufrimiento, cuando os herí?

- Porque necesito un esclavo.- Feliciano le mira fijamente, sorprendido. Ludwig se levanta de su asiento y se dirige lentamente hasta el joven, que sigue postrado. Ludwig se arrodilla ante él -. Dime, ¿tienes hambre?,- le pregunta mientras le presenta una manzana. Feliciano se apodera de ella y se la come apresuradamente. Ludwig sonríe -. Me hiciste una buena herida, ¿sabes?,- le dice mientras se quita la coraza y le enseña la cicatriz de su costado -. Tuviste mucho valor, no sólo para herirme, sino también para clavarme toda la daga. La herida es profunda. ¿Sabes que con ese valor y ese coraje que tuviste puedes formar parte de mi ejército?

- No... no me gustan las guerras,- Feliciano baja la mirada. Ludwig posa su mano en la barbilla del joven, haciéndole levantar el rostro.

- No me refería a ese ejército,- responde Ludwig, susurrante, mientras se acerca al rostro del joven para besarle suavemente.

- ¿Qué hacéis?,- responde Feliciano, apartándose.

- Ésta es tu penitencia por herirme,- y le vuelve a besar, esta vez, profundamente. Feliciano trata de separarse, pero Ludwig le agarra fuertemente de los brazos. Ludwig le arranca ferozmente su camisa, haciéndola trizas. El joven y laso torso de Feliciano temblaba jadeando, reluciendo por el sudor que comenzaba a emanar de él. El terror que asomaba en su mirada hacía aumentar el deseo del general, quien, incontrolablemente, comenzó a saborear salvajemente el cuello del muchacho, quien pretendía deshacerse de él, pero era imposible. Ludwig le quita las calzas, dejando ver el incipiente vello en el que trataba de ocultarse, en vano, el miembro del muchacho. Ludwig toma al joven de las piernas, alzándolas y apoyándolas sobre sus hombros al tiempo que levantaba el faldón de su traje militar y se acoplaba al cuerpo del muchacho. Los dos soldados que guardaban la entrada exterior de la tienda del general sonreían con cierto halo sádico como respuesta a los alaridos suplicantes de Feliciano, gritos por el dolor y los envites del general.

La vergüenza en las mejillas del joven esclavo, los gimientes jadeos del joven, los tímidos músculos que luchaban por hacerse notar en el vientre de Feliciano, el sudor envolviendo en un halo de brillo exótico su pálido cuerpo, la calidez de su virginal ano... Todo hacía que Ludwig cada vez se excitara más y llegara al límite del sadismo con él. Cada imploración, cada lágrima de Feliciano le hacía elevarse más y más hasta llegar a creerse un dios, un dios que, con un sólo gesto, podría quitarle la vida.

Pero no. Feliciano era diferente. No era como los demás esclavos que tuvo. Con Feliciano... se había enamorado. Notando cercano el cúlmen del acto, le tomó del rostro y le oblogaba a abrir los ojos. Feliciano movía el rostro, negando, como creyendo que todo lo que estaba pasando no era más que una horrible y larga pesadilla de la que desea despertar.

- Mírame... ¡Mírame!

Asustado, Feliciano se calma y, lentamente, abre los ojos, mirándole aterrado.

- Eso es, eso es...,- murmuraba el general -. No cierres los ojos. No los cierres.

Los sensuales movimientos de Ludwig poco a poco tornábanse más lentos, hasta que, con un gemido orgásmico, se detiene, inclinando su cabeza hacia atrás, para luego caer pesadamente sobre el cuerpo del joven, soportando el peso de su cuerpo en sus fornidos brazos, apoyando las manos en el suelo, a ambos lados del cuerpo de Feliciano, a pocos centímetros de su rostro, exhalando su cálido aliento en su cuello. Pesadamente se separa del aterrado cuerpo del joven y se acerca a su silla, arrastrándose cansado y vencido, mientras llama a los soldados que guardan la entrada de la tienda, casi sin voz.

- Lleváoslo y vigiladle. Y darle algo de ropa. Mañana nos lo llevamos a Roma.

Los dos soldados toman al joven Feliciano, hecho un ovillo de temblores y lágrimas, mientras Ludwig reposa y recupera el aliento, sentándose pesadamente en su asiento.

Y de aquello ya habían transcurrido varias semanas.

Desde entonces, suele bajar a la cárcel donde celosamente lo guarda única y exclusivamente para su disfrute. A veces simplemente baja para verle y observarle. Durante horas y horas. Incluso llegó a cruzar algunas palabras, pero Feliciano jamás le respondía. Se escondía en la esquina más sombría para que no le viera. Trataba de acercarle a la luz mostrándole comida para que se acercara. Alguna vez lo consiguió, pero Feliciano, con excelentes reflejos felinos, atrapaba para sí la comida y volvía a su lógrebo escondite a devorar con ansia el alimento.

Con escenas como estas, Ludwig se sentía mal, no conseguía dormir por las noches. Trataba de hacer que su esclavo dejara de temerle, pero era imposible. Prácticamente todos los días le mandaba llamar para violarle, era algo fuera de él, un sentimiento que se apoderaba de todo su ser cada vez que le veía, pero no podía reprimirse. Y se lamentaba de que Feliciano jamás dejara de temerle. Y aquello, por otra parte, le gustaba. Le hacía sentirse como un dios. Y como general del Gran Imperio Romano era algo que ansiaba.



miércoles, 31 de octubre de 2012

ACE LUFFY

-¡Ace! ¡Ace!

Luffy corría llorando hacia su hermano. Ace apenas le da tiempo a darse la vuelta cuando Luffy choca contra él, lo abraza fuertemente y deja que sus lágrimas empapen la camisa de su hermano. Ace le acaricia el cabello, sonriente, disimulando la sorpresa precedete.

- Luffy, pequeño diabillo... ¿Qué has hecho ahora?

- ¡Nada! ¡No he hecho nada!,- Luffy le mira. Ace sonríe -. Tú no me crees,- Luffy baja el rostro y se separa de su hermano.

- ¡Claro que te creo!,- Ace se arrodilla delante de él y le toma de los hombros -. Para algo soy tu hermano mayor. Pero no me negarás que con tu largo historial de travesuras...,- Luffy se da la vuelta violentamente -. Luffy...,- Ace le voltea hacia sí -. Tienes quince años. Es normal que hagas travesuras, pero debes empezar a concienciarte de que eres mayor, y debes empezar a comportarte,- Luffy levanta el rostro. Los ojos llorosos del joven brillan tiernamente mientras su labio tiembla -. Yo siempre te he defendido, aunque hubo momentos que no los necesitabas,- sonríe Ace -. Pero quiero que sepas que no estaré para siempre ahí, así que debes empezar a tener responsabilidades. Ya sabes que yo dije que en cuanto cumpliera los dieciocho me iría de casa, y los cumplí ayer. Ahora serás tú el hombre de la casa, pero siempre que necesites algo, me puedes llamar. Sea la hora que sea.

Luffy le abraza fuertemente, sin poder evitar mostrar su más profunda pena.

- No quiero que te vayas.

- Ni yo, pero tengo que hacerlo,- Ace le separa -. Sé perfectamente que haces lo que haces porque es tu manera de reprobar mi decisión, pero, como siempre dices, ya eres mayor. Y los niños grandes no lloran,- Ace pasa su mano por el rostro de Luffy, limpiándole de lágrimas. Luffy logra calmarse.

- Ace... ¿Puedo dormir contigo?

- ¡Claro que puedes!,- responde Ace, alegre -. ¿Le negué algo a mi hermanito alguna vez?

Luffy, alegre, salta en la cama de su hermano, ocultándose entre las sábanas de la misma.

- ¡Luffy!,- exclama una mujer, entrando en el cuarto -. ¡Deja en paz a tu hermano!

- Tranquila, mamá. No me molesta.

La mujer mira a Ace por unos instantes, hasta que se da la vuelta y se va airada.

- ¡No sé qué voy a hacer con este muchacho!

Ace cierra la puerta, sonriente.

- Pobre mamá, qué dolores de cabeza le vas a dar a partir de ahora,- dice para sí.

- ¡Ace! ¡Cuéntame un cuento!

- ¿Un qué?,- Ace le pregunta tratando de quitarse la camisa.

- Un cuento. Como hacías antes.

- ¿Un cuento?,- pregunta sorprendido, mientras se quita el pantalón -. Así que un cuento...,- Ace finge pensar mientras se mete en la cama.

- Sí. Con piratas, tesoros y monstruos marinos,- Luffy sonreía ilusionado, sentado en la cama.

- Las historias que te contaba Sanks te han hecho mucho daño,- sonríe Ace, recostado -. Venga, acuéstate.

Luffy se tumba junto a su hermano, mirándole absorto, mientras Ace trataba de formar una historia en su mente.

- Pues... no se me ocurre ninguna. Sanks te habrá contado todas las historias habidas y por haber. Seguro que hasta te contó la de Black Sam.

- ¿Black Sam?,- los ojos de Luffy chispeaban ansiosos.

- ¿No te lo ha contado?,- Ace finge sorpresa -. Este hombre... Black Sam era un pirata inglés que se hizo corsario para conseguir el mayor tesoro del mundo para poder casarse con su amada. Rápidamente se hizo con cientos de botines, luchando con feroces enemigos hasta que consiguió el dinero suficiente. Así que volvió a tierra para casarse con su novia, pero justo antes de llegar a tierra, una terrible tormenta hizo que sus barcos se hundieran, muriendo Black Sam junto con todos sus hombres. Y sus tesoros.

- ¿Dónde se hundió?,- Luffy estaba inquieto.

- Tranquilo, hombretón,- sonríe Ace -. Es sólo una leyenda. Mucha gente ha intentando encontrar sin resultados ese tesoro. Venga, cierra los ojos y duérmete,- Ace le arropa.

- Ace. Te quiero,- Luffy le abraza.

- Y yo a ti. Y ahora duerme.

Tras unos instantes en silencio y a oscuras, Ace comienza a notar cómo algo se desliza sobre su cuerpo, llegando a traspasar la barrera del calzón. Va a echar mano para saber qué es, pero se detiene. Está rozando su miembro, acariciándolo suave y lentamente. Un sudor frío comienza a invadirle. Su pene empieza a tomar forma. Entonces nota algo que le hace abrir los ojos de golpe. Ya sabe qué es ese algo que recorría su cuerpo. Sólo había una sola cosa en el mundo que pudiera apretar de esa manera su pene: una mano. La única posibilidad era que fuera Luffy, ya que él mismo no es, pero era algo que su mente no podía asimilar. Su hermano, su propio hermano... Otra mano se deslizaba tras su espalda, bajando su calzón. Cuando su pene estaba liberado de su prisión, comprendió lo que no quería: efectivamente era su hermano, al notar que al mismo tiempo que liberaba su miembro, Luffy bajaba a su nivel.

- ¡Luffy!,- exclama Ace en un susurro, subiendo a su hermano -. ¿Se puede saber qué haces?

- Como es la última noche que vas a estar en casa, quería que fuera inolvidable.

- Pero... ¡tú estás loco! ¡No puede ser! ¿Y si madre se entera? ¿Y si se entera nuestro padre? ¡Nos matará! ¡Nos descuartiz...!,- Luffy le hace callar con un profundo beso en los labios. Ace sintió al instante el gran amor que le tenía su hermano en aquel largo beso, y le abrazó fuertemente, aprovechando aquel beso como si pudiera absorber todo el amor que su hermano le tenía y quedárselo para si, en su interior.

Vencido, Ace cierra los ojos y se deja llevar por el cúmulo de sentimientos que comenzaban a aparecer en su alma, sin percatarse de que su hermano empezó a recorrer su cuerpo lentamente, en un camino de sensuales besos, bajando por su cuello, su pecho lampiño, su vientre incipientemente musculado hasta llegar a su pene, con el que comienza a jugar y acariciar con su húmeda boca. Al primer contacto, Ace toma aire profundamente con la boca muy abierta, para luego expulsarlo entre temblores placenteros de todo su cuerpo. Luffy saboreaba a su hermano lentamente, como queriendo retener ese momento para siempre. Tras unos instantes, Ace se incorpora y toma el rostro de su hermano entre sus manos, haciéndole levantarse y besarle muy sentidamente. Mientras le besa, le domina, tumbándole de espaldas en la cama y posándose sobre él. Durante unos minutos crean una araña de acaricias y besos caóticos, hasta que Ace, tomándose un descanso, observa a su hermano, tumbado delante de él, sonrojado y mordiéndose la yema de un dedo.

- Luffy...,- murmura Ace. Su hermano sonríe tímidamente al tiempo que, con la otra mano, desliza lentamente su calzón -. Pero, ¿estás seguro?,- nueva sonrisa de Luffy, al tiempo que tapa su vergüenza volviendo su rostro entre las sábanas -. Oh, hermanito...,- sonríe Ace, tumbándose sobre él para volver a besarle, abrazarle y poseerle. Luffy cerraba con fuerza sus ojos, llegando a derramar alguna lágrima y ahogar algún grito mientras su hermano se hacía camino en su pudor. La estrechez de su intimidad contrastaba enormemente con la anchura del miembro de Ace, pero evitaba negarse a ello. Fue él mismo quien quería hacerlo, quería guardar ese recuerdo para siempre de su hermano mayor. Lo que no sabía Luffy era que Ace sabía perfectamente que aquello le producía dolor, pero Ace también se negaba a dar marcha atrás. Era lo que su hermano pequeño quería, y por eso trataba de hacerlo lo más suavemente que podía.

Tras varios intentos, Luffy logra relajarse, y el dolor poco a poco empezó a menguar. Ace ya podía moverse con más soltura y la fricción ya no era para nada violenta; es más, era hasta placentera. Luffy jadeaba, abrazado a su hermano. Ace espiraba al mismo ritmo que su hermano, a pocos centímetros de su rostro. No podía dejar de mirar su faz, sus ojos cerrados, su boca entreabierta. Sus cuerpos comenzaron a perlarse con el sudor que el acto les causaba. El cabello de Ace destilaba su sudor, cayendo gota a gota sobre el cuerpo de su hermano. De repente, Luffy abre los ojos y los dos se quedan mirándose fijamente, perdiéndose el uno en las pupilas del otro. De repente, Ace empezó a notar que sus fuerzas le fallaban, flaqueaba su vigor, se sentía cercano al desmayo, hasta que no aguantó más y se desplomó encima de su hermano; había llegado al éxtasis, el final del momento, pero apenas se dio cuenta porque los ojos de su hermano le habían hipnotizado completamente.

- Gracias, Ace...,- le susurra Luffy al oído, entrecortado por la fatiga.

- Luffy...,- murmura Ace. Al momento le abraza, Luffy le responde igualmente, y ambos terminan formando una bola de carne y sudor, cayendo en un profundo sueño.

sábado, 20 de octubre de 2012

20-10-2012

No sé cuánto llevo aquí encerrado. Puede que sean días, semanas, o meses. Siento mi rostro cubierto por una ya mullida capa de vello. Mi barbilla está debajo de todo ese pelo oscuro, y me labio pronto desaparecerá debajo de ese bigote que tanto se empeña en crecer. Debí de haber contado los días nada más entrar, pero, ¿con qué iba a apuntarlo? ¿Y dónde?

Antes de nada, dejadme que me presente. Mi nombre es Sanji, tengo veintidós... diecisiete años. Perdonadme, la costumbre ya. Llevo tanto tiempo concienciándome de que tengo más edad de la real que ya hasta yo mismo me lo creo. Tengo diecisiete años, pero mentí para enrolarme en esta guerra, pero, dadas las circunstancias actuales, casi mejor que hubiera dicho la verdad. Durante las últimas semanas, el batallón al que fui asignado planeó y luchó ferozmente para conseguir conquistar un importante enclave, pero finalmente fuimos masacrados por el enemigo. Yo fui el único superviviente. Aquella bomba que cayó a pocos metros de mí me hizo caer a tierra desmayado por su fuerza. Cuando quise recobrar la conciencia, vi a todo el ejército enemigo rodeándome, como si se estuvieran confirmando entre ellos si estaba muerto. Debí de haber seguido haciéndome el muerto, seguro que habría pasado desapercibido y huir libre, pero cuando me vieron abrir los ojos, me tomaron como su rehén. Y así es cómo he acabado en esta oscura y fría celda de piedra. Al menos fueron humanitarios y me dejaron el abrigo para abrigarme por las noches.

¿Saldré alguna vez de aquí? ¿Quién sabe? ¿Me dejarán libre? ¿Me dejarán vivir? Ni sí ni no, sino todo lo contrario. En esta maldita guerra, o matas o te matan. He pensado muchas veces planes para salir de aquí: por la ventana es imposible: está muy alta, es muy pequeña y me costaría Dios y ayuda quitar esos barrotes. Cavar un túnel también queda descartado: no tengo material y el suelo sólo es arenoso en la superficie, debajo es todo roca. Sólo me queda la puerta de la celda, pero tengo siempre a alguien vigilando. Desde el primer día me han asignado a un muchacho como carcelero. Creo que debe de tener la misma edad que yo, pero su semblante siempre es serio, y su mirada a veces me produce cierto pánico. Lo más extraño es que su cabello en verde. Nunca habla, tan sólo asiente cuando algún superior se dirige a él. Yo tampoco he cruzado palabra alguna con él. De vez en cuando me dedica algún gruñido cuando llega la comida, pero poco más. ¿Qué he dicho? ¿Hablar con él? ¡Si hablamos idiomas distintos, no nos íbamos a entender!

No sé ni cómo sigo aún cuerdo después de todo este tiempo encerrado. Gracias que cada noche, antes de dormir, me saco de una de mis botas la foto de mis padres. Espero que estén bien y no les haya pasado nada. Las últimas noticias que tuve era que un regimiento enemigo estaba ya a pocos kilómetros de nuestra ciudad. Espero y deseo que estén bien, que hayan huido y se encuentren a salvo...

- ¡Eh, tú! ¿Qué tienes ahí?

Una cavernosa voz suena a mi espalda. ¿Quién podrá ser? Sólo está mi carcelero, pero no puede ser él. Él no habla mi idioma.

- ¿No me has oído? ¡Enséñamelo!

El fuerte tintineo de las rejas de mi cárcel me hace volverme. Efectivamente, es él.

- ¿Qué escondes?

- ¿Yo? Na... nada.

- Enséñamelo. ¡Que me lo enseñes te digo!

Invadido por el miedo, se lo enseño.

- Es... es una foto de mis padres... Es lo único que me queda de ellos. Por favor, te lo suplico, no me lo requises. Podéis ensañaros conmigo todo lo que queráis, matadme ya, pero, por el amor de Dios, no me quitéis esta foto.

Espero que las lágrimas que brotan de mis ojos le reblandezca el corazón.

- ¿Tus padres?

La repentina calma en su voz me calma. Se pone de cuclillas delante de la verja. Se echa mano al bolsillo de detrás de su pantalón, sacando una pequeña billetera. De su interior asoma una foto. Invadido por la curiosidad, me acerco.

- Yo también llevo mucho sin ver a mi familia.

Me enseña su foto. Reconozco a mi carcelero, algo más joven, junto a un matrimonio mayor (supongo que sus padres) y un muchacho más pequeño (su hermano quizá).

- ¿Tus padres y tu hermano?

Me contesta con una sonrisa amargada por una lágrima.

- A mi hermano le mataron hace meses, al inicio de la contienda. Mis padres huyeron al norte, para coger un barco que les llevará al otro lado de la frontera.

Tras unos instantes contemplando la foto, me pregunta:

- ¿Cómo te llamas?

- Sanji.

- Yo me llamo Zoro. ¿Qué edad tienes?

- Veintidós.

- ¿Según tu partida de nacimiento o según tu ficha militar?

Esa pregunta me hace sonreír sonrojado.

- Según mi ficha militar. Mi edad real son diecisiete.

- Igual que yo,- sonríe -. ¿Por qué nos hemos alistado? ¿Por qué este afán de querer estar en una guerra, llena de sangre, balas y muerte?

- Quizá porque somos muy jóvenes y es fácil amoldarnos el cerebro con el amor patrio.

- Yo era feliz jugando por las tardes en la calle con mis amigos, estando con mi familia, visitando a mi abuelo...

Vuelve a caer en la llorera. De repente, un sentimiento irrefrenable me invade. Un sentimiento de querer abrazarle y consolarle, pero la maldita verja me lo impide. Sólo consigo sacar mi mano y acariciarle la nuca. Él levanta la vista y la fija en mí. Tras unos instantes mirándonos a los ojos, él se levanta, hurga en su llavero torpemente hasta dar con la llave que abre la puerta de mi celda. De repente, se abalanza sobre mí, abrazándome fuertemente y empapando mi abrigo con sus penas. Yo le devuelvo el abrazo. Tras unos instantes, él levanta el rostro y nos volvemos a mirar fijamente. Y sin saber cómo ni por qué, lentamente nos acercamos hasta besarnos profundamente. Al principio nos abandonamos a la recreación en aquella nueva sensación para los dos, pero pronto nos sumergimos en la pasión. Torpemente nos desvestimos mutuamente y acabamos por el frío y áspero suelo de mi celda. Sus manos, de cierta aspereza, acarician mi espalda, erizando mi piel de placer. Su cuerpo es muy duro y áspero, con los músculos muy resaltados. En cambio, yo, bueno, digamos que no soy tan fornido como él. Nos pasamos todo el rato peleando por ver quién dominaba a quién, batallando con nuestras lenguas, haciendo que nuestros jadeos se materialicen en cálido vapor. En un pequeño despiste mío, él toma el liderazgo, alzándome las piernas e inclinándolas sobre mí mismo. Y él, con cierto ímpetu, consigue profanar el único punto de mi cuerpo que permanecía sagrado.

Aquel dolor, ese placentero dolor me hace evadirme de aquella celda, de aquella guerra y de mi cuerpo. En ese momento sólo somos él y yo. Zoro y Sanji. Sus jadeos e incipientes sudores me llevan al éxtasis. Se abraza a mí, manteniéndome hecho un ovillo, regalándome besos y caricias en mi rostro y cuello. Yo le abrazo con fuerza, presionando mis uñas en su espalda, a modo de que supiera cuánta fuerza está empleando en sus envites.

De repente, se incorpora y, sin pausa, toma entre sus manos mi miembro y comienza a acariciarlo, llevándome al límite del desmayo orgásmico. Cuando estoy a punto de desmayarme a punto de alcanzar el clímax, Zoro cae pesadamente sobre mí, jadeante y sudoroso. Su cálido aliento eriza la piel de mi cuello y, con gran esfuerzo, se separa de mí, yaciendo a mi lado. Yo me vuelvo para verle. Él tiene fijada su mirada en el techo. El sudor le da un brillo sensual a su cuerpo, haciéndome desearle otra vez. Me incorporo para abrazarle, pero él me detiene con un gesto de su brazo. Cuando recupera el aliento, me vuelve a tumbar en el suelo, y comienza a besarme en los labios, marcando seguidamente una ruta por mi cuerpo hasta llegar a mi miembro, continuando con ayuda de su boca lo que su orgasmo interrumpió antes con sus manos.

Pasamos el resto de la noche abrazados, desnudos, con la única cobertura de mi abrigo. Estuvimos mirándonos a los ojos, perdidos el uno en el otro, tratando de atrapar el reflejo que la luna dibuja en nuestras pupilas. Zoro acaba por romper el silencio mágico que nos envuelve.

- Eres libre,- me responde aguantando las lágrimas.

- Pero...

- Vete. Tú tienes familia, como yo. No quiero que nadie sufra como yo he sufrido. Adelante.

- Pero, yo no me quiero ir. ¡Ya no quiero!,- le respondo, con cierto enfado -. No sin ti.

- No es posible. Somos enemigos.

- Pues vente conmigo,- me incorporo, tomándole las manos fuertemente.

- Imposible,- vuelve el rostro -. Si me voy contigo, los tuyos me fusilarán.

- ¿Entonces?

- Si te quedas, mis superiores te matarán. Es más, mucho me temo que me pidan a mí que te dé el golpe de gracia. Y yo no... no podría... Debes huir y vivir.

- Entonces... ¿nunca más nos volveremos a encontrar?

Zoro se tapa el rostro con las manos. Aquel gesto me hiela la sangre. Quería quedarme con él. A pesar de ser enemigos, conectamos enseguida, pero si nos quedamos juntos, uno de los dos acabaría muriendo. Y muy a mi pesar, me levanto, tomo mi ropa, me pongo los pantalones, avanzo hasta la puerta de la celda sin apartar mi mirada de él, me quedo unos instantes en el vano y huyo mientras me pongo la chaqueta.

FIN

RANMA RYOGA

Antes de empezar, debo deciros que este OneShot NO es de One Piece, sino de Ranma. ¿Por qué lo publico aquí? Porque no tengo otro sitio donde hacerlo, y por ello pido perdón, pero es que hace poco que pude verme la serie y me retrajo a mis años mozos, cuando no era más que un infante inocente sin preocupaciones. Dicho esto, los que queráis leerlo, espero que lo disfrutéis tanto o más como yo al escribirlo.

Ranma caminaba bajo la tenue lluvia de aquella fría noche, resguardado por un paraguas. Caminaba cabizbajo, sumido en sus más profundos pensamientos.

- Soy idiota,- se decía a sí mismo -. He tenido multitud de oportunidades, pero esta timidez mía... Esto me pasa por ser tan enamoradizo. Si hubiera tenido la valentía de, al menos, acercarme y quedar para tomar algo o...,- pero una lágrima le interrumpe.

Al levantar la mirada y dirigirla al horizonte, vislumbra una pequeña sombra escondida en un rincón de la calle. Ranma, creyendo que se trata de una rata revolviendo entre la basura, decide pasar de largo, apretando la marcha, pero cuando llega, se para y se queda observando. Se trata de un pequeño cerdito negro, que trata de resguardarse de la lluvia, en vano. Ranma se arrodilla y le tiende la mano, llamándolo.

- Hola, pequeñín. ¿Te has perdido?

El animal, receloso al principio, termina por dar un par de pasos, tímidos, hacia el muchacho, quien termina por acogerlo entre sus brazos, resguardándolo de la lluvia bajo su paraguas.

- Seguro que estarás hambriento,- responde Ranma, al entrar en su casa -. Si te he de ser sincero, no sé qué comen los cerdos, así que lo que vea más natural en mi nevera, te lo daré. Ya me dirás si te gusta o no.

Ranma entra en el baño para tomar una toalla y secar al animal con ella para después ir a la cocina e investigar en la nevera. El cerdito no se separa de sus piernas. Finalmente, Ranma echa en un cuenco agua y en otro algo de verdura y fruta troceada, poniendo los dos cuencos en el suelo, junto al cerdito, el cual devora el contenido insaciablemente.

- Sí que tenías hambre,- sonríe el joven mientras le observa comer. Entonces comienza a palpar el cuello del animal -. ¿No tienes amo? No veo que tengas identificación. Entonces estás como yo, sólo. Sé lo que es buscar deseseperadamente que te quieran, buscar a alguien que se desviva por ti, sin lograrlo,- se quita una tímida lágrima que comenzaba a brotar de sus ojos -. Pero al final nos hemos encontrado el uno al otro. Será cosa del destino, supongo. O que gente como nosotros está destinada a apoyarse mutuamente, quizás. Pero ya te dejo comer tranquilo.

Ranma se retira de la cocina, dejando al cerdito comer tranquilo. Entra en el baño, y, mientras llena la bañera de agua calienta, comienza con el ritual japonés de aseo. Cuando por fin termina, se mete en la bañera, a rebosar de cálida agua, dejándose llevar por el sopor, terminando por adormilarse, pero algo le despeja. La puerta del baño se ha abierto levemente. Ranma se encuentra tan relajado y abandonado de sí mismo que no puede moverse. Incluso si se tratase de un ladrón, o de un asesino, ni siquiera se sorprendería. Se encuentra tan a gusto... Ve entonces que algo brinca al taburete junto al baño, y de ahí al borde de la bañera. De un último brinco, salta al agua, hundiéndose al fondo. Ranma, al principio, no reacciona, pero al ver que el animal no emergía, se incorpora para buscarlo, pero, en su lugar, emerge un muchacho, de su edad, algo más alto de estatura. Está completamente desnudo, salvo por una bandana atada a su cabeza.

- ¿Quién eres?,- pregunta Ranma, asustado. El joven aparecido le hace callar poniendo su dedo índice delante de los labios de Ranma, al tiempo que le chista.

- Me llamo Ryoga, y estoy aquí para hacerte feliz,- y le besa lentamente en los labios.

- Pero...

- ¿No llevabas esperando esto desde hace mucho? Pues entonces calla y disfrútalo,- le susurra Ryoga.

Durante ese largo beso, Ryoga logra imponerse, y le doblega en la bañera, haciendo que se tumbe, colocándose sobre él.

- ¿Qué... qué estás... haciendo?,- pregunta Ranma.

- Nada. Únicamente te estoy preparando.

Ryoga había empezado a acariciar con su mano el peritoneo de Ranma, mientras éste, sin saber por qué, se dejaba hacer. Ranma cerraba los ojos, dejándose llevar, mientras que Ryoga no dejaba de mirarle en ningún momento.

- Ya... ya puedes...,- responde Ranma en un susurro, a lo que Ryoga responde invadiendo la intimidad del muchacho de la trenza.

Ranma había soñado con aquel momento toda su vida, aunque tenía a otra persona en mente. Creía que sería un momento dulce, para recordarlo, pero la realidad era otra, algo más dolorosa. Pero el cálido aliento de Ryoga sobre su rostro, jadeante y acompasado, le excitaba más.

- Ry... Ryoga... Para... para, por... favor...

- ¿Qué ocurre?,- Ryoga seguía con su jadeante movimiento.

- Estoy incómodo...

Ryoga, sin ademán de detenerse, le abraza y le aupa, mientras se sienta en el borde de la bañera, con Ranma sobre él. No se sabe si por el vapor reinante en el cuarto o por el esfuerzo de ambos, pero pronto sus cuerpos brillaban gracias al reflejo de la luz en sus sudorosas pieles. Ryoga alternaba sus miradas clavadas en los ojos de Ranma con sus ansias de devorar el cuello de su compañero. Ranma, por el contrario, se afanaba en agarrarse fuertemente a su amante, queriendo evitar caer, mientras cierra fuertemente los ojos. Ranma notaba cómo Ryoga en cada envite le costaba más y más levantarle, señal de que estaba al límite de sus fuerzas, y que estaba cada vez más cerca del clímax. Quizá por esa sensación, por esa idea anclada en su mente, Ranma no puede evitar hacerla verdad.

- Per... perdona, Ryoga...,- murmura Ranma, sonrojado y avergonzado.

- Tran... tranquilo,- responde Ryoga, entre jadeos, tratando de reponerse -. Yo... yo también... he...,- los dos se miran a los ojos durante un segundo, para terminar porrumpiendo en risas -. Será... será mejor que... me limpie...

Ranma se recuesta en la bañera, relajado y feliz. Ryoga aprovecha para salir del baño.

- ¿A dónde vas?

- Voy a beber un poco de agua,- responde Ryoga, en la puerta.

Ranma responde con un lánguido suspiro, al tiempo que cierra los ojos. Al poco, un ruido le sobresalta. Ranma se levanta asustado, y, dos segundos después, sale de la bañera y corre hasta la cocina. Ahí estaba el cerdito, empapado de agua, junto a una tetera caída en el suelo. Ranma sale de la cocina y va al salón, llamando a Ryoga, pero sólo le contesta el silencio. Con el corazón latiendo cada vez más deprisa, intentando evitar pensar en pésimas noticias, termina por salir de la casa. No hay nadie.

Ranma vuelve al interior de la casa, apesadumbrado. Tras cerrar la puerta, apoya su espalda en ella y se desliza hasta sentarse en el suelo, ahogando su tristeza abrazado a sus piernas. El cerdito se le acerca. Ranma le ve, dibujando una triste y falsa sonrisa.

- Tú al menos sigues conmigo,- le dice mientras le acaricia -. Pero, ¡si estás empapado!,- le toma entre sus brazos y se lo lleva al  baño, donde lo envuelve en una toalla mientras lo seca -. Aunque... ¿y si todo ha sido un sueño?,- mira fijamente al cerdito -. Sí. No hay otra respuesta. ¿Cómo va a aparecer un muchacho de la nada, así, por las buenas?,- sonríe. Mientras seca al animal, Ranma se da cuenta de que éste lleva un pañuelo atado al cuello, muy parecido a la bandana de Ryoga. Ranma sigue buscando en el cuerpo del animal.

- No tienes identificación alguna. No sé cómo llamarte, pero... ¿qué te parece si te llamo Ryoga?

Ranma sonríe. Y por un segundo, un sólo instante, creyó ver que el credito también sonrió.

FIN


sábado, 13 de octubre de 2012

CAPITULO 36

- Cuando era niño, en el dojo, antes de convertirme en el lobo solitario que fui, un niño, dos años mayor que yo, me... me hizo algo muy parecido.

- ¿Qué me estás contando, Zoro? No... no lo sabía,- le abraza. Zoro no pudo evitar empapar el hombro de su amigo con su tristeza -. Lo siento mucho, Zoro. Perdóname.

- No, eres tú quien me tiene que perdonar. Sanji, escucha. Yo te amo desde el primer día que te vi, y desde entonces me prometí a mí mismo que mi mayor deseo era, es y será que seas feliz. Sé que eras feliz con Nami, y te juro por lo más sagrado que si fuera posible, daría mi vida porque Nami volviera. Pero no puede ser. Pero te prometo aquí y ahora que intentaré que seas feliz todos los días de tu vida, desde hoy mismo. Aquí tienes a un amigo fiel.

Silencio. Durante unos segundos Zoro mira a Sanji, quien mantenía el rostro bajo. Con tristeza, Zoro sale de la cocina.

- Zoro…,- murmura Sanji. Zoro se da la vuelta, ilusionado

- ¿Sí?

- No. Nada…,- responde el cocinero, avergonzado, tras unos instantes en silencio. Zoro vuelve a entristecerse.

- ¡Zoro!,- responde de nuevo Sanji. Zoro vuelve a girarse.

- ¿Sí?

- ¿De verdad estás dispuesto a cualquier cosa por hacerme feliz?

- ¡Cualquiera!

- ¿Te importaría…,- silencio -. Te importaría dormir conmigo esta noche? Aun echo mucho de menos a Nami, y meterme esta noche en esa cama, sólo…

- ¡Claro! ¡Lo que sea por ti!

- Pero como amigos, ¿eh?

El rostro de Zoro disfrazaba de mala manera cierto disgusto.

- Zoro, te recuerdo que a mí me gustan las mujeres. Me han gustado y me gustarán, pero he de reconocer que contigo me lo he pasado fenomenal. A Nami la he amado y la amaré con locura, era amor puro. Contigo no era más que sexo. Bueno… No simplemente sexo. Era sexo y amistad. Me he acostado contigo sobre todo por amistad. Creo que si me hubiera acostado con otro hombre, con algún desconocido, o con algún otro compañero, como Franky, o Luffy o… No, no habría sido lo mismo. Hay algo, un no sé qué, que me ha unido a ti de una forma tan especial desde el principio que… No sé… No sé explicarlo. Y, sin embargo, el sexo contigo me ha abierto nuevas puertas, nuevas sensaciones que creo jamás volveré a sentir si me llegara a acostar con otro. A mí me gustan las mujeres, pero, si tuviera que tener sexo con algún hombre, si no es contigo, no será con nadie.

Y sellan la paz con un gran abrazo.

- Sanji…,- murmura el espadachín a su oído. Se miran a los ojos -. Por los viejos tiempos…,- Zoro sonreía tímidamente. Sanji le responde sonriendo igualmente, cabizbajo y sonrojado, para acabar fusionándose en un sentido e íntimo beso.

FIN

sábado, 6 de octubre de 2012

CAPITULO 35

- ¿Me vas a contar ya qué os pasa a los dos? ¿Qué te pasa a ti?

- Nada. No me pasa nada,- Sanji seguía sin dirigir la mirada a la arqueóloga.

- Ya veo que no me lo vas a decir nunca. Y lo entiendo. No me incumbe. Pero a él sí.

¿A él? Sanji se da la vuelta, y ahí estaba, junto a la puerta de la cocina, con la mirada al suelo, abrazado a sí mismo. Sanji de repente notaba algo en su interior, una sensación parecida a tener el estómago revuelto. La imagen de su amigo, de Zoro, ese gran combatiente, altivo, feroz, de repente se veía tan débil y vulnerable... Robin se acerca a Zoro.

- ¿Se puede saber cómo ha podido acabar así?

- Robin. Déjanos,- Sanji no podía apartar la mirada de Zoro. Parecía tan desvalido...

- ¿Seguro que puedo dejaros solos? ¿No querrás rematarlo?

- Robin, créeme.

La mujer sale de la cocina, dubitativa. Cuando quedan solos, Sanji quiso pedirle perdón. Arrojarse a sus pies, llorando a lágrima viva, pidiéndole un millón de perdones, pero no lo hizo. No se podía mover. La imagen de Zoro le estaba matando por dentro. Zoro, sin embargo, trataba de darle la espalda. No le podia ver. No podía dejarle que le viera. Quería ocultarse en el más oscuro agujero de la tierra y no salir jamás. Se sentía tan despreciable...

- Zoro...,- la voz de Sanji sonaba muy débil -. Perdóname, por favor. Estaba completamente fuera de mí. Sabes que jamás os haría daño. Ni a ti ni a nadie de la tripulación. Pero comprende que en la pelea han ocurrido varios sucesos, y tan rápido, que me han hecho ver que... bueno... ya lo has visto...,- Zoro seguía evitando al cocinero. Temía por su vida -. Lo siento, ¿vale? Fue un arrebato de auténtica locura. ¡No era yo!,- el tono alto de su voz atemorizó de nuevo al espadachín. Sanji le nota temblar y se acerca para abrazarle. Cuando le toma del hombro, Zoro le rehuye -. Tranquilo, Zoro. Sólo quiero hablar contigo. Te prometo que no te voy a volver a hacer nada. Te lo juro por Nami.

Zoro se vuelve poco a poco hasta que se encuentra con el ojo visible del cocinero. Apenas consigue aguantar la mirada un par de segundos cuando Zoro se derrumba, delante de él. De rodillas, delante de Sanji, llorando como nunca.

- Oh, Sanji... Me siento fatal. Como la basura. O peor aún.

- No, no, no,- Sanji se arrodilla a su lado, abrazándolo -. Yo soy peor que la basura. Tratarte como te he tratado por un accidente. Aunque, ponte en mi lugar. ¿Cómo habrías reaccionado si, accidentalmente... no sé... si accidentalmente Usopp me tira una de sus canicas, o si Luffy me arrea con uno de sus golpes? Y no me digas que les felicitarías, porque te quedas sin comer un mes, estúpido marimo .- Zoro no puede evitar mostrar una pequeña sonrisa -. ¿Ves? Has sonreído .- Zoro le mira -. Y ahora quiero que pierdas ese miedo que me estás teniendo. No quiero que por perder una de las cosas que más quiero, pierda el resto,- sonríe.

- Sanji... Yo...,- tartamudea Zoro -. Me aterrorizaste sobremanera antes. Esa mirada... esa mirada que tenías, me dio mucho miedo...

- ¿Tú? ¿Miedo?,- ríe.

- Era una mirada que jamás había visto. En nadie. Ni siquiera en ti. Y luego, tras... eso... me hiciste recordar un fantasma del pasado...,- el rostro de Sanji cambia por completo.

- ¿Qué fantasma?

sábado, 29 de septiembre de 2012

CAPITULO 34

Sanji llevaba varios minutos en la cocina. No hacía más que picar comida. Tomates, puerros, limones. Daba igual, con tal de que fuera comida. Cortar comida le ayudaba a calmarse, pero esta vez... Esta vez no había comida suficiente en el mundo para que él se calmara.

- Maldito Zoro,- pensaba -. Todo esto es culpa suya. Ojalá nunca se hubiese unido a la tripulación. Ojalá yo nunca me hubiese unido. Yo ya era feliz en el Baratie, cocinando para todo el que se acercaba a degustar nuestros platos. Pero no, me tuve que unir a esta maldita tripulación. Estúpido Luffy, conseguiste llenarme la cabeza de pájaros. Me hiciste enrolarme porque con vosotros podría encontrar el All Blue. Aunque debo reconocer que ha habido cosas positivas: las aventuras que hemos pasado, la amistad con todos ellos, las islas y las gentes que hemos conocido, las batallas que hemos librado. Y Nami. Mi Nami.

Al recordar ese nombre, no puede evitar derramar una lágrima sobre la zanahoria que estaba cortando en ese momento. Se lleva la mano a los ojos.

- Oh, Nami. Mi dulce Nami. Aún no te has ido y ya te echo tanto de menos...

Sanji deja el cuchillo en la encimera y se da la vuelta para desahogarse tranquilamente.

- Y todo por culpa de ese estúpido marimo y sus estúpidas katanas. ¡Ojalá él estuviese en tu lugar!

- Cocinero...

La voz de Robin le hace darla la espalda y fingir seguir cortando comida.

- Cocinero. ¿Te encuentras bien?

- Estoy bien, Robin.

- El tono tan seco de tu voz me dice lo contrario. ¿A qué ha venido aquello con el espadachín? ¿Qué os ha pasado?

- No quiero hablar de ello, ¿vale?

- Pero...

- ¡He dicho que no, Robin!

- Ya sé que no quieres hablar de ello. Pero debes. ¿Por qué le has echado la culpa de lo que le ha pasado a la navegante?

- Porque ha sido él quien la ha matado.

- Eso no es verdad...

- ¡Ha sido él!

- Eso no es verdad. Y lo sabes. Sus katanas salieron volando en aquel golpe y la navegante tuvo la mala fortuna de que una de las katanas se clavara en su cuerpo.

Sanji vuelve a desplomarse con su tristeza.

- El doctor fue a ver al espadachín y lo encontró en el suelo, llorando, medio desnudo y sangrando. ¿Me vas a contar ya qué os pasa a los dos? ¿Qué te pasa a ti?

sábado, 22 de septiembre de 2012

CAPITULO 33

Ranyo le agarra de las muñecas fuertemente. Zoro trata de soltarse, pero Ranyo era más fuerte que él.

- No te resistas, Zoro. Para algo soy dos años mayor que tú.

Ranyo consigue doblegarlo hasta hacerle arrodillarse en el suelo.

- Suéltame, Ranyo. Suéltame o...

- ¿O qué?,- ríe -. ¿Irás llorando al sensei en plan "Sensei, Ranyo me ha pegado"?,- ríe sonoramente -. Así nunca llegarás a ser un espadachín.

Ranyo le tumba en el suelo boca arriba. Se pone encima de él, inmovilizándole.

- ¡Suéltame!

- Venga, Roronoa, si llevas esperando esto toda la vida.

Ranyo le ata las muñecas a la cuerda del pozo. El peso del cubo, ya cargado de agua, hacía tirar de él. Zoro peleaba por liberarse, pero era imposible. Ranyo aprovecha para quitarle los pantalones. Zoro pataleaba, pero Ranyo consigue dominarlo. Ranyo toma sus piernas y le hace flexionarlas hacia atrás, haciendo que las rodillas toquen el suelo, cerca de su cara. Ranyo se baja el pantalón.

- ¿Qué vas a hacer?

- Calla, Zorito. Si esto te va a gustar.

- ¡Déjame!

Pero Ranyo hacía oídos sordos. Zoro trataba desesperadamente de evitar todo aquello, pero Ranyo tenía todo el poder y control sobre él. Ante la insistencia de gritar de Zoro, Ranyo le mete en la boca una bandana negra. Y aquel muchacho terminó por profanar la intimidad del joven peliverde, quien lloraba entristecido por lo que le estaba pasando.

- Como se te ocurra decir algo a alguien, te rebano el pescuezo,- le susurra Ranyo al oído, antes de irse y dejarle tirado en el suelo.
* * * * * * * * * *
Aquellos recuerdos le volvieron a asaltar, por culpa de lo que acababa de hacerle Sanji. Pensó haberlo ocultado en lo más profundo de su memoria, pero finalmente afloró. Y de nuevo, el dolor de aquella época le sobrevino, recordando que lo que le pasó el día de la boda de Sanji y Nami no fue la primera vez que lo hizo. Pero sí la primera que tuvo el coraje de herirse. Suerte que aquella vez, cuando tenía doce años, todavía le tenía mucho respeto a la Muerte y no llegó a hacerse nada.

- Sanji...,- murmura, aún en el suelo del baño -. Perdóname. Yo no tengo la culpa. Nadie sabía que una de mis katanas volaría hasta ella. Yo no tengo la culpa, pero, perdóname. Te lo suplico... Si no me perdonaras, yo... no sé qué...

Y se derrumba definitivamente, en un auténtico océano de lágrimas.

sábado, 15 de septiembre de 2012

CAPITULO 32

- ¿Por qué yo, sensei?,- Zoro se quejaba ante su maestro -. ¿Por qué no Kuina? ¿O Ranyo? ¿O Tenshori? ¿O...?

- Porque quiero que vayas tú, Zoro.

Muy a su pesar, y con la burla de sus compañeros de fondo, Zoro sale del dojo con un gran cubo de madera. Zoro estuvo enfadado todo el camino hasta el pozo que había a varios metros detrás del dojo. Él no quería ir a recoger el estúpido agua del estúpido pozo con ese estúpido cubo. Lo que él quería era seguir con las clases, no perderse ni una, aunque cayera enfermo, él seguiría yendo al dojo. Quería convertirse en el mejor espadachín del mundo. Quería derrotar a Kuina de una vez por todas, y dejar de ser el hazmerreír del dojo.

Mientras deslizaba el cubo a través del profundo pozo, alguien le llama.

- ¡Ranyo! ¿Qué haces aquí? ¿El sensei también te ha mandado a por agua?

- No, he venido a por ti, por si te perdías,- ríe el joven muchacho.

- Aquello fue un simple despiste,- Zoro ya estaba harto de que le recordaran aquello.

- Bueno, Roronoa,- Ranyo se acerca a él -. ¿Me vas a contar lo que te pasa hoy?

¿Cómo? ¿Él también?

- No me pasa nada. Piérdete.

- No creas que no me he dado cuenta, Zorito. He visto cómo me mirabas esta mañana mientras nos cambiábamos.

- Yo no he mirado a nadie,- Zoro empezaba a crisparse. Ese muchacho le sacaba de quicio todos los días.

- Ahora me vas a decir que no soy guapo.

- Déjame en paz.

Qué ganas tenía Zoro de tirarle por el pozo.

- Venga, Roronoa. Todos sabemos que tú eres un... ¿cómo lo llaman? ¡Ah, sí! Un invertido. Ahora comprendo tus ansias por dominar el combate de las tres katanas: una en cada mano y la tercera en...

¿Dónde están las katanas cuando uno más las necesita?

- Lárgate Ranyo, si no quieres que...

- ¿Si no quiero qué? ¿Que me violes?,- ríe -. Eso habría que verlo.

sábado, 8 de septiembre de 2012

CAPITULO 31

Aquella mañana amaneció como cualquier otro día. Los pájaros comenzaban a despertar con sus cánticos, el sol ya despuntaba por el horizonte, y el joven Zoro, quien ese día cumplía ya los 12 años, se ponía rumbo al dojo. Pero no estaba tan feliz como otros días. Ir a esas clases le animaba mucho, era por lo que vivía, pero esa mañana su paso era más lento, más apesadumbrado. Su rostro, antes altivo y feliz, decaía triste y aciago.

- ¡Zoro!,- le llamaba una dulce voz -. ¿Estás sordo o qué? ¡Zoro!

- ¡Ah! Hola, Kuina.

La joven hija del sensei acudió a su lado a todo correr.

- Feliz cumpleaños...,- le responde tímidamente. Zoro seguía con la vista al suelo -. ¿Te pasa algo hoy, Roronoa?

- No... no es nada...

¿Cómo decirle que él...?

- Bah, no te preocupes. Ayer estuviste a puntito, a puntito de derrotarme. Hoy seguro que lo consigues,- y le abraza por los hombros, dicharachera. La muchacha seguía parloteando sobre lo hermoso y florido que estaba ya el cerezo del dojo, pero Zoro seguía sumido en sus pensamientos. ¿Por qué? Esa pregunta le atormentaba la mente. ¿Por qué él? Además, sin avisar. Fue algo que ocurrió de la noche a la mañana. Se pasó varios minutos delante del espejo, observándose detalladamente. No había cambiado, pero se sentía diferente. Era diferente. Hasta estudió su rostro, sus ojos, su lengua, por si hubiera enfermado, pero estaba todo perfectamente sano. Entonces, ¿por qué...?

- Buenos días,- responde Kuina, tras abrir la puerta del dojo, reverenciándose servicialmente.

- Buenos días, Kuina. Zoro,- responde el sensei, con el rostro alegre -. ¿Zoro?,- el maestro miraba al joven sorprendido tras sus gafas.

- ¡Oh! Bu... buendos días, sensei...,- responde el joven tartamueando.

- Chicos, id a prepararos. Empezaremos en breve.

Los dos jóvenes entran en el dojo y se adelantan hasta dos puertas al fondo. Kuina abre una de ellas.

- Nos vemos en un momento,- responde guiñándole un ojo al tiempo que entra y cierra la puerta.

Zoro se queda inmóvil delante de la otra puerta. No se atreve a moverse. Tiene miedo. Una gota de sudor frío recorre su espinazo.

- ¿Qué haces ahí parado?,- el maestro está a su lado -. Entra y no remolonées,- responde abriendo la puerta por él. Ante él aparece un cuarto. Varios jóvenes de su edad estaban dentro, cambiándose de ropa. Zoro entra, empujado por el sensei.

- ¡Vaya, vaya, vaya! ¡Si es el cabeza de alga!,- exclama una voz, seguida de un estruendoso estallido de risas.

- Ya vale, Ranyo.

Zoro acude, sin hacerle caso, hasta un pequeño rincón. Allí, en un banco delante de él deja un pequeño hatillo formado por su katana de madera de la que pendía, por un extremo, un hatillo, el cual abre y descubre algo de ropa. Zoro se cambia en silencio mientras sus compañeros siguen hablando entre ellos con gran volumen de voz.



sábado, 1 de septiembre de 2012

CAPITULO 30

Zoro lloraba desconsoladamente en el suelo, hecho un ovillo. Aún podía ver, en su memoria, la mirada tan aterradora de Sanji. Una mirada asesina. Literalmente. Jamás vio al cocinero tan enfadado. Sus ojos estaban totalmente rojos por la sangre, a punto de licuar la tristeza abismal de su corazón. Le hizo daño. Mucho daño. Aún podía ver las marcas que le ha dejado en sus brazos cuando le aupó. Los dedos aún marcaban los moratones de sus brazos. Quería olvidarlo todo, pensar que se trataba de una pesadilla, pero fue real, más de lo que deseaba.

- Sanji...,- decía para sí -. Perdóname... No sé qué he hecho, no sé por qué me culpas a mí, pero lo siento. Lo siento mucho.

Pero no obtuvo compasión. Sanji le había dejado en el baño, llorando, y se fue. Zoro llevaba ya varios minutos tratando de asimilar todo lo ocurrido, pero fue muy traumático. Aún le dolía... todo.

- ¿Zoro?,- la aguda voz de Chopper le hizo volver en sí -. ¿Estás bien?

- Vete...,- murmura.

- Pero...

- Chopper. Por favor. Déjame.

- Pero, ¿qué ha pasado? ¿Por qué Sanji...?

- Chopper. No.

- Pero...

- Por favor...,- Zoro le mira, indulgente. Las lágrimas bañaban su rostro. Chopper se queda inmóvil, como una estatua.

- Pero... Zoro... Estás sangrando... detrás...

- No es nada.

- Pero...

- Que no es nada, ¿vale?

Chopper se calla y sale del aseo, lentamente.

- Es todo culpa mía,- se dice a sí mismo cuando se queda solo de nuevo -. Si no me hubiera unido a Luffy... Si no me hubiese enamorado de Sanji como un idiota... Si Sanji me hubiese dejado acabar con mi sufrimiento en aquella isla...

Pero, sin saberlo, Sanji le había abierto una nueva herida que Zoro creía haber cicatrizado para siempre.

sábado, 25 de agosto de 2012

CAPITULO 29

El golpe recibido le hace caer inconsciente, logrando liberar a sus dos presas de su poder.

- ¡Luffy! ¡Esta es nuestra oportunidad!,- responde Zoro. Luffy asiente y corre hacia el oficial para asestarle un gran golpe. Zoro le acompaña, con las katanas listas para la pelea.

Justo en el momento del golpe de gracia, Nori-Sencho se levanta y golpea con su gran brazo a los dos jóvenes, que caen al suelo. Por inercia del golpe recibido, las katanas de Zoro salen volando.


- ¡NAMI!

El desgarrador grito de Sanji se hizo sentir por encima de los demás. Todos se quedaron observando, atónitos, inmóviles, el cuerpo yacente de la pelirroja. Lentamente, un pequeño río malva asomaba debajo de ella. Sanji da un pequeño paso para después correr hacia ella. Se arrodilla a su lado y la abraza fuertemente, hundiendo su cabeza en el pecho de ella, empapando su camisa con la desazón y el dolor que emanaba sin piedad de sus ojos.




Luffy apretaba sus dientes con fuerza, comenzó a crispar sus puños con tal ímpetu que comenzó a caer al suelo, gota a gota, su vida. De repente, su brazo se estiró con fuerza hacia atrás para volver a gran velocidad hacia delante, como un búmeran, golpeando con fuerza al enemigo, haciéndole volar varios cientos de metros para hundirse en el mar.

- ¡Chopper!,- grita histérico el cocinero. El joven doctor, asustado, se esconde detrás de las piernas de Robin -. ¡Ven Chopper! ¡Cúrala!

El reno camina despacio, con pavor, hacia la pareja.

- Haz que se cure,- la voz de Sanji tenía mezcla de súplica e ira. Chopper comenzó el reconocimiento. Sanji miraba, triste, el rostro sereno y angelical de una apacible y tranquila Nami durmiente.

- Sa… Sanji…,- la voz de Chopper sonaba apagada. Miedosa -. No… no hay nada que hacer…

- ¿Cómo que no hay nada que hacer?,- exclama enojado Sanji -. Eres doctor. ¡Cúrala!

- La herida es bastante profunda... Y hay varios órganos vitales muy dañados… Un riñón… El estómago… Un pulmón… El corazón…,- a medida que enumeraba las vísceras, la voz de Chopper se desvanecía.

- Lo siento, Sanji…,- Chopper comenzaba a ahogarse entre lágrimas. Apenas logra aguantar un segundo la mirada del cocinero y huye corriendo.

- Sanji… Lo siento mucho…,- Zoro se adelanta lentamente hasta su amigo para posar su mano en su hombro. El cocinero se vuelve y le mira rabioso.

- Tú…,- susurra entre dientes -. Tú.- Se levanta -. Tú…- Sanji le agarra con fuerza. Zoro retrocede un par de pasos, asustado, los suficientes como para que Sanji tome la iniciativa y le arrastre hasta la puerta del baño, entrar, seguir andando y entrar en uno de los cubículos del aseo. Zoro se golpea la espalda con la pared. Estaba realmente asustado, nunca antes había visto aquella mirada de odio en Sanji. ¿Y cómo era posible que, aun siendo él el más fuerte de los dos, hubiera podido ser doblegado por el cocinero y ser llevado durante varios pasos?

- Todo esto es culpa tuya,- murmura Sanji, entre dientes. Se notaba toda la ira contenida en su tono de voz.

- Pe… pero…,- Zoro apenas podía articular palabra.

Sanji le agarra del cuello.

- Todo esto es culpa tuya,- repite Sanji, con los ojos inyectados en sangre. Zoro no acierta a decir nada. Sanji toma las mejillas del peliverde con su otra mano, aplastándolas, haciendo que los labios del samurái se estiren hacia delante. Sanji estaba a pocos milímetros de su rostro -. Jamás te lo perdonaré.

El terror hacía su aparición en los ojos de Zoro. Sanji, de repente, se abalanza sobre sus labios. Se queda durante unos instantes sorbiendo el dulzor de aquella boca, temblorosa por el pánico. En un arrebato lleno de rabia e impaciencia, Sanji tira de la camisa de Zoro con fuerza. Los botones saltan por los aires. Sanji le quita la camisa. Luego trata de desabrocharle el pantalón, aparatosamente. Cuando lo consigue, se quita la camisa torpemente y se desnuda igualmente. De improviso, Sanji toma los muslos del guerrero y los aupa, quedando Zoro suspendido en el aire, tan sólo sujeto entre el cocinero y la pared. Sanji trata de acertar en el acoplamiento.


- Esto… esto es lo que tú querías, ¿verdad?,- la jadeante voz del rubio estaba llena de rabia e ira.


El ahogado grito de Zoro indica que consiguió su objetivo.

sábado, 18 de agosto de 2012

CAPITULO 28

- Bueno, bueno, bueno… Pero mirad a quiénes tenemos aquí,- responde una cavernosa voz riente -. Pero si en la banda de Sombrero de Paja.

- ¡Cielos! ¡Nori-Sencho!,- exclama Robin.

- ¡Vaya, vaya! Pero si es Nico Robin,- responde el oficial -. ¡Cuánto tiempo sin vernos!,- ríe.

- ¿De qué le conoces, Robin?,- pregunta Luffy.

- Es... es una larga historia.

- ¡Cómo! ¿No les has hablado de lo nuestro?,- carcajada.

- ¿De lo vuestro?,- el rostro de Sanji se endurece -. No me digas que tú y ese... ese...

- No, cocinero. No tiene nada que ver. Es simplemente... algo que prefiero olvidar de mi juventud.

- Veo que no sabéis que aquí, la damisela, estuvo un tiempo trabajando para mí.

Los rostros de la banda se transforman en todo un poema de sorpresas.

- Ro... Robin...,- tartamudea Nami -. ¿Eso es cierto?

- Lo es, navegante. Y por eso prefiero olvidarlo. ¡Aquello fue un gran error!

- ¡No lo fue para nada!,- ríe Nori-Sencho -.Gracias a ti capturamos a muchos piratas, y yo ascendí. Lo malo es que cuando estuvimos a punto de capturar a Cocodrile, desapareciste con él. Pero ahora que te he vuelto a encontrar, ¡y nada menos que con Sombrero de Paja!, ya veo mi recompensa: estar entre los Sichibukai.

Apenas termina de hablar cuando Luffy se adelanta corriendo hacia él, dispuesto a pegarle.

- ¡Capitán! ¡No! ¡Detente!,- grita Robin.

A pocos pasos, Luffy se detiene. Nori-Sencho ríe.

- ¿Qué te pasa, Sombrero de Paja? ¿Te has quedado pegado?,- gran carcajada.

- ¡No puedo moverme!

-¡Traté de advertirte! ¡Tiene el poder de hacer que la gente se quede pegada a cualquier objeto!

El oficial se adelanta con paso quedo, pero decidido, hasta Luffy, golpeándolo sin parar. Zoro trata de interceder, con sus tres katanas, pero el marine le esquiva en el último momento. Zoro queda igualmente pegado al barco por los pies.

- ¡Zoro!

El espadachín emite sonidos guturales.

- ¡Oh, Dios santo!,- exclama Usopp -. ¡Las espadas! ¡Mirad las espadas!

El capitán Marine había conseguido que las espadas se fusionasen con las manos y la boca de Zoro.

- ¡Ataquémosle todos a la vez!,- responde Sanji -. ¡No creo que pueda pegarnos a todos a la vez! ¡Y desde el cielo!

- ¡Pero no podemos volar!,- exclama Brook.

- ¡Tú haz lo mismo que yo!,- responde Sanji al tiempo que se eleva varios metros en un gran salto. Su pierna comienza a arder al tiempo que se deja caer pesadamente sobre el oficial. Nami le sigue, preparada para golpearle con su vara. Usopp está preparado para dispararle sus canicas más efectivas. Brook empuñaba una pequeña espada que tenía escondida en su bastón. Franky tenía a punto su brazo para dispararle. Chopper había conseguido evolucionar a su forma humanoide, dispuesto a darle el más fuerte de sus golpes.

- No lo vais a conseguir,- el oficial le observaba, sin alterarse, preparando un movimiento de repulsa, pero, de repente, su cuerpo se arquea hacia atrás.

- ¡AHORA!,- grita Robin, en pose de uso de su poder -. ¡No creo que pueda retenerlo por mucho tiempo!

sábado, 11 de agosto de 2012

CAPITULO 27

Nami cae aparatosamente al suelo. La nube de polvo que se había formado no la deja ver. Al momento, reacciona.

- ¡Sanji!

Descubre que el mástil del barco había caído delante de ellos. Nami se levanta y corre. Sus ojos comienzan a llorar, no sabiendo si por la polvareda o por lo que su mente comenzaba a imaginar.

- ¡Sanji!

- ¡Qué!,- responde una voz entrecortada por las toses. Sanji aparece detrás del mástil caído. Nami le abraza.

- ¡Creí que…!

Sanji se queja.

- Creo… creo que me he dislocado el hombro.

Un nuevo estallido del barco les llama la atención. Los dos miran a la cubierta. Sanji sube de un salto, mientras que Nami utiliza el mástil caído, a modo de sucedáneo de escalera. Mientras sube, saca de entre sus ropas tres pequeñas varas de metal que encaja formando una sola. Al llegar al puente, ve a Sanji al otro extremo, oteando el horizonte.

- ¿Ves algo?

- Nada. No consigo ver nada.

De repente, entre el polvo y la humareda, aparece una enorme bola oscura que se dirigía directamente hacia ellos. A Nami no le da tiempo a llamar a su marido, entre otras cosas, porque siente que la empujan fuertemente, cayendo al suelo. Entonces, ve algo que crece rápidamente ante ella, interponiéndose en el camino de la bola, devolviéndola a su origen.

- Gracias Luffy,- responde. El joven capitán retoma su tamaño y forma genuinas, respondiendo con una amplia sonrisa -. ¡Oh, Dios! ¡Sanji!

- Tranquila, navegante. Está a salvo,- y la arqueóloga le señala la entrada de los camarotes. Y ahí estaba Sanji, sujeto a la pared por una multitud de brazos que nacían de los maderos.

- ¡Cuidado!,- el grito de Chopper les pone sobre aviso, pero tarde. Otra bola de cañón se cernía sobre ellos sin tiempo para apartarse. Pero justo cuando la bola iba a caer sobre ellos, mágicamente se separa en dos mitades, cayendo ya fuera del barco.

- Gracias, Zoro,- murmura Brook -. Aunque a mí me da igual, como ya estoy muerto.

- Oye, esqueletito, eso no tiene gracia,- Franky estaba muy enojado.

- Chicos,- el tono de Zoro era terroríficamente serio -, no os despistéis.

Cuando la humareda se desvanece, Usopp se adelanta y comienza a observar el horizonte con sus gafas.

- ¡Por las barbas del profeta! ¡Es un barco de la Marina!

- ¿Cómo? ¿Son ellos?,- pregunta Sanji, a su lado.

- No hay duda.

- Pues que vengan cuando quieran,- responde Luffy, preparado para atacar/defender. Sus compañeros también se preparan para la batalla.


sábado, 4 de agosto de 2012

CAPITULO 26

Zoro se quedó pensativo, sentado sobre la hierba, con la mirada fijada en el horizonte. La suave brisa mecía su corto cabello como si de otro trozo del césped se tratase. Zoro mantenía su rostro serio y sereno.


- Tengo que olvidarme de él,- pensó -. Sé que será difícil y que probablemente vuelva a estar como antes, pero es lo mejor. Sanji y Nami llevan casados apenas unos días, y si ahora se entera de que... Esta mujer es capaz de cortarnos la cabeza a los dos. Y no precisamente la que tenemos encima de los hombros,- a Zoro se le escapa una sonrisa nerviosa al tiempo que baja el rostro, pero al momento vuelve a levantarlo -. Estos pequeños momentos que he pasado a su lado los guardaré para siempre en mi corazón, ya que no creo que los vuelva a poder repetir. Ni con él ni con nadie más. Pero no quiero romper la relación entre Sanji y Nami. No quiero que el amor que me tiene Sanji se convierta en odio por mi culpa. Si le amo, y por supuesto que lo amo, debo dejarle en paz.


Zoro lanza un pequeño suspiro mientras deja su mente en blanco, centrándose en admirar cómo el celeste del cielo y el marino del océano se funden en una fina línea azul en el horizonte. Trataba de no pensar en nada, en relajarse viendo aquella bella estampa, pero Sanji era un conquistador nato. Su cerebro se llenó de aquellos breves pero maravillosos momentos con él. Aquellos besos, aquellas caricias... Pero un recuerdo se hizo con el control de su mente.

- Sa…Sanji…,- susurra Zoro, entre jadeos, al oído de Sanji -. ¿Pu…puedo pedirte un… favor? ¿Te importa si… cambiamos los papeles?

Sanji se incorpora, sin comprender.

- ¿Cambiar… los papeles?

- Sí… Bueno… Déjalo, no he dicho nada,- Zoro vuelve el rostro, sonrojado.

- No, no. ¿Quieres que lo hagamos?

- Olvídalo, ¿vale? No… no he dicho nada.

Sanji vuelve a tumbarse sobre el samurái.

- Ya sabes que amo locamente a Nami. Y que si estoy contigo es por el sexo. Y porque eres mi amigo, así que no es simplemente sexo por sexo. Pero ya sabes que yo… bueno… ,- vuelve a incorporarse, bajando la mirada -… eso es muy grande para que entre por detrás…

- Ya, lo sé… Olvídalo. No he dicho nada.

- Pero si a ti te hace ilusión…,- Zoro le mira esperanzado. Sanji había vuelto el rostro, pero miraba al peliverde de reojo con una pequeña sonrisa pícara en su rostro.

- ¿En serio?

Con gran pasión abraza a Sanji, logrando tumbarle boca arriba en la cama. Zoro, nervioso, trata de devolverle el favor, pero Sanji le detiene.

- Tranquilo. Ante todo, con tranquilidad.

Zoro, comenzando a tener los primeros síntomas de hiperventilación, toma con fuerza y temblor su miembro y lo dirige al ano del cocinero. Éste cierra los ojos con fuerza mientras se muerde el labio inferior.



- Di… dime si te hago daño o algo…,- tartamudea el espadachín. Sanji le responde negando con la cabeza.

Tras unos instantes dudando si seguir adelante con el plan, Zoro finalmente invade la intimidad del cocinero al tiempo que éste arquea la espalda y abre la boca para tomar el aire que le faltaba en los jadeos que comenzaba a exhalar. Zoro comienza a moverse lentamente. Sanji levanta los brazos, como si quisiera asir algo que hubiera delante de él. Zoro, creyendo que es a él, se inclina hacia delante, lo suficiente como para que el cocinero le abrace fuertemente y se fusione con él en un apasionado abrazo.

- Tú sigue,- le susurra el rubio al oído -. No pares por nada del mundo.

- ¿Estás seguro?

- No… pares…,- la voz de Sanji sonaba ahogada, sin fuerza, transformándose poco a poco en sentidos y excitantes jadeos. El sudor hacía brillar su blanco cuerpo. Zoro quedó hipnotizado por las muecas de su amante. Instintivamente, lleva su mano a su rostro para apartarle el mechón que ocultaba su rostro.


- Oh, Sanji...


Zoro baja el rostro, sonriendo, volviendo a la realidad.


- Maldito cocinero pervertido...,- piensa -. Aunque, bueno, el pervertido ahora sería yo, ¿no?


Zoro se relaja riendo.


- Lo has conseguido, cejas rizadas. A mí también me has conquistado.


Se queda mirándose el regazo. Luego se mira la mano. Después mira a su alrededor.


- No me puedo creer que vaya a hacer esto,- niega con la cabeza, sonriendo, mientras se lleva las manos a su faja verde, en ademán de quitársela. Pero una explosión le llama la atención.