miércoles, 31 de octubre de 2012

ACE LUFFY

-¡Ace! ¡Ace!

Luffy corría llorando hacia su hermano. Ace apenas le da tiempo a darse la vuelta cuando Luffy choca contra él, lo abraza fuertemente y deja que sus lágrimas empapen la camisa de su hermano. Ace le acaricia el cabello, sonriente, disimulando la sorpresa precedete.

- Luffy, pequeño diabillo... ¿Qué has hecho ahora?

- ¡Nada! ¡No he hecho nada!,- Luffy le mira. Ace sonríe -. Tú no me crees,- Luffy baja el rostro y se separa de su hermano.

- ¡Claro que te creo!,- Ace se arrodilla delante de él y le toma de los hombros -. Para algo soy tu hermano mayor. Pero no me negarás que con tu largo historial de travesuras...,- Luffy se da la vuelta violentamente -. Luffy...,- Ace le voltea hacia sí -. Tienes quince años. Es normal que hagas travesuras, pero debes empezar a concienciarte de que eres mayor, y debes empezar a comportarte,- Luffy levanta el rostro. Los ojos llorosos del joven brillan tiernamente mientras su labio tiembla -. Yo siempre te he defendido, aunque hubo momentos que no los necesitabas,- sonríe Ace -. Pero quiero que sepas que no estaré para siempre ahí, así que debes empezar a tener responsabilidades. Ya sabes que yo dije que en cuanto cumpliera los dieciocho me iría de casa, y los cumplí ayer. Ahora serás tú el hombre de la casa, pero siempre que necesites algo, me puedes llamar. Sea la hora que sea.

Luffy le abraza fuertemente, sin poder evitar mostrar su más profunda pena.

- No quiero que te vayas.

- Ni yo, pero tengo que hacerlo,- Ace le separa -. Sé perfectamente que haces lo que haces porque es tu manera de reprobar mi decisión, pero, como siempre dices, ya eres mayor. Y los niños grandes no lloran,- Ace pasa su mano por el rostro de Luffy, limpiándole de lágrimas. Luffy logra calmarse.

- Ace... ¿Puedo dormir contigo?

- ¡Claro que puedes!,- responde Ace, alegre -. ¿Le negué algo a mi hermanito alguna vez?

Luffy, alegre, salta en la cama de su hermano, ocultándose entre las sábanas de la misma.

- ¡Luffy!,- exclama una mujer, entrando en el cuarto -. ¡Deja en paz a tu hermano!

- Tranquila, mamá. No me molesta.

La mujer mira a Ace por unos instantes, hasta que se da la vuelta y se va airada.

- ¡No sé qué voy a hacer con este muchacho!

Ace cierra la puerta, sonriente.

- Pobre mamá, qué dolores de cabeza le vas a dar a partir de ahora,- dice para sí.

- ¡Ace! ¡Cuéntame un cuento!

- ¿Un qué?,- Ace le pregunta tratando de quitarse la camisa.

- Un cuento. Como hacías antes.

- ¿Un cuento?,- pregunta sorprendido, mientras se quita el pantalón -. Así que un cuento...,- Ace finge pensar mientras se mete en la cama.

- Sí. Con piratas, tesoros y monstruos marinos,- Luffy sonreía ilusionado, sentado en la cama.

- Las historias que te contaba Sanks te han hecho mucho daño,- sonríe Ace, recostado -. Venga, acuéstate.

Luffy se tumba junto a su hermano, mirándole absorto, mientras Ace trataba de formar una historia en su mente.

- Pues... no se me ocurre ninguna. Sanks te habrá contado todas las historias habidas y por haber. Seguro que hasta te contó la de Black Sam.

- ¿Black Sam?,- los ojos de Luffy chispeaban ansiosos.

- ¿No te lo ha contado?,- Ace finge sorpresa -. Este hombre... Black Sam era un pirata inglés que se hizo corsario para conseguir el mayor tesoro del mundo para poder casarse con su amada. Rápidamente se hizo con cientos de botines, luchando con feroces enemigos hasta que consiguió el dinero suficiente. Así que volvió a tierra para casarse con su novia, pero justo antes de llegar a tierra, una terrible tormenta hizo que sus barcos se hundieran, muriendo Black Sam junto con todos sus hombres. Y sus tesoros.

- ¿Dónde se hundió?,- Luffy estaba inquieto.

- Tranquilo, hombretón,- sonríe Ace -. Es sólo una leyenda. Mucha gente ha intentando encontrar sin resultados ese tesoro. Venga, cierra los ojos y duérmete,- Ace le arropa.

- Ace. Te quiero,- Luffy le abraza.

- Y yo a ti. Y ahora duerme.

Tras unos instantes en silencio y a oscuras, Ace comienza a notar cómo algo se desliza sobre su cuerpo, llegando a traspasar la barrera del calzón. Va a echar mano para saber qué es, pero se detiene. Está rozando su miembro, acariciándolo suave y lentamente. Un sudor frío comienza a invadirle. Su pene empieza a tomar forma. Entonces nota algo que le hace abrir los ojos de golpe. Ya sabe qué es ese algo que recorría su cuerpo. Sólo había una sola cosa en el mundo que pudiera apretar de esa manera su pene: una mano. La única posibilidad era que fuera Luffy, ya que él mismo no es, pero era algo que su mente no podía asimilar. Su hermano, su propio hermano... Otra mano se deslizaba tras su espalda, bajando su calzón. Cuando su pene estaba liberado de su prisión, comprendió lo que no quería: efectivamente era su hermano, al notar que al mismo tiempo que liberaba su miembro, Luffy bajaba a su nivel.

- ¡Luffy!,- exclama Ace en un susurro, subiendo a su hermano -. ¿Se puede saber qué haces?

- Como es la última noche que vas a estar en casa, quería que fuera inolvidable.

- Pero... ¡tú estás loco! ¡No puede ser! ¿Y si madre se entera? ¿Y si se entera nuestro padre? ¡Nos matará! ¡Nos descuartiz...!,- Luffy le hace callar con un profundo beso en los labios. Ace sintió al instante el gran amor que le tenía su hermano en aquel largo beso, y le abrazó fuertemente, aprovechando aquel beso como si pudiera absorber todo el amor que su hermano le tenía y quedárselo para si, en su interior.

Vencido, Ace cierra los ojos y se deja llevar por el cúmulo de sentimientos que comenzaban a aparecer en su alma, sin percatarse de que su hermano empezó a recorrer su cuerpo lentamente, en un camino de sensuales besos, bajando por su cuello, su pecho lampiño, su vientre incipientemente musculado hasta llegar a su pene, con el que comienza a jugar y acariciar con su húmeda boca. Al primer contacto, Ace toma aire profundamente con la boca muy abierta, para luego expulsarlo entre temblores placenteros de todo su cuerpo. Luffy saboreaba a su hermano lentamente, como queriendo retener ese momento para siempre. Tras unos instantes, Ace se incorpora y toma el rostro de su hermano entre sus manos, haciéndole levantarse y besarle muy sentidamente. Mientras le besa, le domina, tumbándole de espaldas en la cama y posándose sobre él. Durante unos minutos crean una araña de acaricias y besos caóticos, hasta que Ace, tomándose un descanso, observa a su hermano, tumbado delante de él, sonrojado y mordiéndose la yema de un dedo.

- Luffy...,- murmura Ace. Su hermano sonríe tímidamente al tiempo que, con la otra mano, desliza lentamente su calzón -. Pero, ¿estás seguro?,- nueva sonrisa de Luffy, al tiempo que tapa su vergüenza volviendo su rostro entre las sábanas -. Oh, hermanito...,- sonríe Ace, tumbándose sobre él para volver a besarle, abrazarle y poseerle. Luffy cerraba con fuerza sus ojos, llegando a derramar alguna lágrima y ahogar algún grito mientras su hermano se hacía camino en su pudor. La estrechez de su intimidad contrastaba enormemente con la anchura del miembro de Ace, pero evitaba negarse a ello. Fue él mismo quien quería hacerlo, quería guardar ese recuerdo para siempre de su hermano mayor. Lo que no sabía Luffy era que Ace sabía perfectamente que aquello le producía dolor, pero Ace también se negaba a dar marcha atrás. Era lo que su hermano pequeño quería, y por eso trataba de hacerlo lo más suavemente que podía.

Tras varios intentos, Luffy logra relajarse, y el dolor poco a poco empezó a menguar. Ace ya podía moverse con más soltura y la fricción ya no era para nada violenta; es más, era hasta placentera. Luffy jadeaba, abrazado a su hermano. Ace espiraba al mismo ritmo que su hermano, a pocos centímetros de su rostro. No podía dejar de mirar su faz, sus ojos cerrados, su boca entreabierta. Sus cuerpos comenzaron a perlarse con el sudor que el acto les causaba. El cabello de Ace destilaba su sudor, cayendo gota a gota sobre el cuerpo de su hermano. De repente, Luffy abre los ojos y los dos se quedan mirándose fijamente, perdiéndose el uno en las pupilas del otro. De repente, Ace empezó a notar que sus fuerzas le fallaban, flaqueaba su vigor, se sentía cercano al desmayo, hasta que no aguantó más y se desplomó encima de su hermano; había llegado al éxtasis, el final del momento, pero apenas se dio cuenta porque los ojos de su hermano le habían hipnotizado completamente.

- Gracias, Ace...,- le susurra Luffy al oído, entrecortado por la fatiga.

- Luffy...,- murmura Ace. Al momento le abraza, Luffy le responde igualmente, y ambos terminan formando una bola de carne y sudor, cayendo en un profundo sueño.

sábado, 20 de octubre de 2012

20-10-2012

No sé cuánto llevo aquí encerrado. Puede que sean días, semanas, o meses. Siento mi rostro cubierto por una ya mullida capa de vello. Mi barbilla está debajo de todo ese pelo oscuro, y me labio pronto desaparecerá debajo de ese bigote que tanto se empeña en crecer. Debí de haber contado los días nada más entrar, pero, ¿con qué iba a apuntarlo? ¿Y dónde?

Antes de nada, dejadme que me presente. Mi nombre es Sanji, tengo veintidós... diecisiete años. Perdonadme, la costumbre ya. Llevo tanto tiempo concienciándome de que tengo más edad de la real que ya hasta yo mismo me lo creo. Tengo diecisiete años, pero mentí para enrolarme en esta guerra, pero, dadas las circunstancias actuales, casi mejor que hubiera dicho la verdad. Durante las últimas semanas, el batallón al que fui asignado planeó y luchó ferozmente para conseguir conquistar un importante enclave, pero finalmente fuimos masacrados por el enemigo. Yo fui el único superviviente. Aquella bomba que cayó a pocos metros de mí me hizo caer a tierra desmayado por su fuerza. Cuando quise recobrar la conciencia, vi a todo el ejército enemigo rodeándome, como si se estuvieran confirmando entre ellos si estaba muerto. Debí de haber seguido haciéndome el muerto, seguro que habría pasado desapercibido y huir libre, pero cuando me vieron abrir los ojos, me tomaron como su rehén. Y así es cómo he acabado en esta oscura y fría celda de piedra. Al menos fueron humanitarios y me dejaron el abrigo para abrigarme por las noches.

¿Saldré alguna vez de aquí? ¿Quién sabe? ¿Me dejarán libre? ¿Me dejarán vivir? Ni sí ni no, sino todo lo contrario. En esta maldita guerra, o matas o te matan. He pensado muchas veces planes para salir de aquí: por la ventana es imposible: está muy alta, es muy pequeña y me costaría Dios y ayuda quitar esos barrotes. Cavar un túnel también queda descartado: no tengo material y el suelo sólo es arenoso en la superficie, debajo es todo roca. Sólo me queda la puerta de la celda, pero tengo siempre a alguien vigilando. Desde el primer día me han asignado a un muchacho como carcelero. Creo que debe de tener la misma edad que yo, pero su semblante siempre es serio, y su mirada a veces me produce cierto pánico. Lo más extraño es que su cabello en verde. Nunca habla, tan sólo asiente cuando algún superior se dirige a él. Yo tampoco he cruzado palabra alguna con él. De vez en cuando me dedica algún gruñido cuando llega la comida, pero poco más. ¿Qué he dicho? ¿Hablar con él? ¡Si hablamos idiomas distintos, no nos íbamos a entender!

No sé ni cómo sigo aún cuerdo después de todo este tiempo encerrado. Gracias que cada noche, antes de dormir, me saco de una de mis botas la foto de mis padres. Espero que estén bien y no les haya pasado nada. Las últimas noticias que tuve era que un regimiento enemigo estaba ya a pocos kilómetros de nuestra ciudad. Espero y deseo que estén bien, que hayan huido y se encuentren a salvo...

- ¡Eh, tú! ¿Qué tienes ahí?

Una cavernosa voz suena a mi espalda. ¿Quién podrá ser? Sólo está mi carcelero, pero no puede ser él. Él no habla mi idioma.

- ¿No me has oído? ¡Enséñamelo!

El fuerte tintineo de las rejas de mi cárcel me hace volverme. Efectivamente, es él.

- ¿Qué escondes?

- ¿Yo? Na... nada.

- Enséñamelo. ¡Que me lo enseñes te digo!

Invadido por el miedo, se lo enseño.

- Es... es una foto de mis padres... Es lo único que me queda de ellos. Por favor, te lo suplico, no me lo requises. Podéis ensañaros conmigo todo lo que queráis, matadme ya, pero, por el amor de Dios, no me quitéis esta foto.

Espero que las lágrimas que brotan de mis ojos le reblandezca el corazón.

- ¿Tus padres?

La repentina calma en su voz me calma. Se pone de cuclillas delante de la verja. Se echa mano al bolsillo de detrás de su pantalón, sacando una pequeña billetera. De su interior asoma una foto. Invadido por la curiosidad, me acerco.

- Yo también llevo mucho sin ver a mi familia.

Me enseña su foto. Reconozco a mi carcelero, algo más joven, junto a un matrimonio mayor (supongo que sus padres) y un muchacho más pequeño (su hermano quizá).

- ¿Tus padres y tu hermano?

Me contesta con una sonrisa amargada por una lágrima.

- A mi hermano le mataron hace meses, al inicio de la contienda. Mis padres huyeron al norte, para coger un barco que les llevará al otro lado de la frontera.

Tras unos instantes contemplando la foto, me pregunta:

- ¿Cómo te llamas?

- Sanji.

- Yo me llamo Zoro. ¿Qué edad tienes?

- Veintidós.

- ¿Según tu partida de nacimiento o según tu ficha militar?

Esa pregunta me hace sonreír sonrojado.

- Según mi ficha militar. Mi edad real son diecisiete.

- Igual que yo,- sonríe -. ¿Por qué nos hemos alistado? ¿Por qué este afán de querer estar en una guerra, llena de sangre, balas y muerte?

- Quizá porque somos muy jóvenes y es fácil amoldarnos el cerebro con el amor patrio.

- Yo era feliz jugando por las tardes en la calle con mis amigos, estando con mi familia, visitando a mi abuelo...

Vuelve a caer en la llorera. De repente, un sentimiento irrefrenable me invade. Un sentimiento de querer abrazarle y consolarle, pero la maldita verja me lo impide. Sólo consigo sacar mi mano y acariciarle la nuca. Él levanta la vista y la fija en mí. Tras unos instantes mirándonos a los ojos, él se levanta, hurga en su llavero torpemente hasta dar con la llave que abre la puerta de mi celda. De repente, se abalanza sobre mí, abrazándome fuertemente y empapando mi abrigo con sus penas. Yo le devuelvo el abrazo. Tras unos instantes, él levanta el rostro y nos volvemos a mirar fijamente. Y sin saber cómo ni por qué, lentamente nos acercamos hasta besarnos profundamente. Al principio nos abandonamos a la recreación en aquella nueva sensación para los dos, pero pronto nos sumergimos en la pasión. Torpemente nos desvestimos mutuamente y acabamos por el frío y áspero suelo de mi celda. Sus manos, de cierta aspereza, acarician mi espalda, erizando mi piel de placer. Su cuerpo es muy duro y áspero, con los músculos muy resaltados. En cambio, yo, bueno, digamos que no soy tan fornido como él. Nos pasamos todo el rato peleando por ver quién dominaba a quién, batallando con nuestras lenguas, haciendo que nuestros jadeos se materialicen en cálido vapor. En un pequeño despiste mío, él toma el liderazgo, alzándome las piernas e inclinándolas sobre mí mismo. Y él, con cierto ímpetu, consigue profanar el único punto de mi cuerpo que permanecía sagrado.

Aquel dolor, ese placentero dolor me hace evadirme de aquella celda, de aquella guerra y de mi cuerpo. En ese momento sólo somos él y yo. Zoro y Sanji. Sus jadeos e incipientes sudores me llevan al éxtasis. Se abraza a mí, manteniéndome hecho un ovillo, regalándome besos y caricias en mi rostro y cuello. Yo le abrazo con fuerza, presionando mis uñas en su espalda, a modo de que supiera cuánta fuerza está empleando en sus envites.

De repente, se incorpora y, sin pausa, toma entre sus manos mi miembro y comienza a acariciarlo, llevándome al límite del desmayo orgásmico. Cuando estoy a punto de desmayarme a punto de alcanzar el clímax, Zoro cae pesadamente sobre mí, jadeante y sudoroso. Su cálido aliento eriza la piel de mi cuello y, con gran esfuerzo, se separa de mí, yaciendo a mi lado. Yo me vuelvo para verle. Él tiene fijada su mirada en el techo. El sudor le da un brillo sensual a su cuerpo, haciéndome desearle otra vez. Me incorporo para abrazarle, pero él me detiene con un gesto de su brazo. Cuando recupera el aliento, me vuelve a tumbar en el suelo, y comienza a besarme en los labios, marcando seguidamente una ruta por mi cuerpo hasta llegar a mi miembro, continuando con ayuda de su boca lo que su orgasmo interrumpió antes con sus manos.

Pasamos el resto de la noche abrazados, desnudos, con la única cobertura de mi abrigo. Estuvimos mirándonos a los ojos, perdidos el uno en el otro, tratando de atrapar el reflejo que la luna dibuja en nuestras pupilas. Zoro acaba por romper el silencio mágico que nos envuelve.

- Eres libre,- me responde aguantando las lágrimas.

- Pero...

- Vete. Tú tienes familia, como yo. No quiero que nadie sufra como yo he sufrido. Adelante.

- Pero, yo no me quiero ir. ¡Ya no quiero!,- le respondo, con cierto enfado -. No sin ti.

- No es posible. Somos enemigos.

- Pues vente conmigo,- me incorporo, tomándole las manos fuertemente.

- Imposible,- vuelve el rostro -. Si me voy contigo, los tuyos me fusilarán.

- ¿Entonces?

- Si te quedas, mis superiores te matarán. Es más, mucho me temo que me pidan a mí que te dé el golpe de gracia. Y yo no... no podría... Debes huir y vivir.

- Entonces... ¿nunca más nos volveremos a encontrar?

Zoro se tapa el rostro con las manos. Aquel gesto me hiela la sangre. Quería quedarme con él. A pesar de ser enemigos, conectamos enseguida, pero si nos quedamos juntos, uno de los dos acabaría muriendo. Y muy a mi pesar, me levanto, tomo mi ropa, me pongo los pantalones, avanzo hasta la puerta de la celda sin apartar mi mirada de él, me quedo unos instantes en el vano y huyo mientras me pongo la chaqueta.

FIN

RANMA RYOGA

Antes de empezar, debo deciros que este OneShot NO es de One Piece, sino de Ranma. ¿Por qué lo publico aquí? Porque no tengo otro sitio donde hacerlo, y por ello pido perdón, pero es que hace poco que pude verme la serie y me retrajo a mis años mozos, cuando no era más que un infante inocente sin preocupaciones. Dicho esto, los que queráis leerlo, espero que lo disfrutéis tanto o más como yo al escribirlo.

Ranma caminaba bajo la tenue lluvia de aquella fría noche, resguardado por un paraguas. Caminaba cabizbajo, sumido en sus más profundos pensamientos.

- Soy idiota,- se decía a sí mismo -. He tenido multitud de oportunidades, pero esta timidez mía... Esto me pasa por ser tan enamoradizo. Si hubiera tenido la valentía de, al menos, acercarme y quedar para tomar algo o...,- pero una lágrima le interrumpe.

Al levantar la mirada y dirigirla al horizonte, vislumbra una pequeña sombra escondida en un rincón de la calle. Ranma, creyendo que se trata de una rata revolviendo entre la basura, decide pasar de largo, apretando la marcha, pero cuando llega, se para y se queda observando. Se trata de un pequeño cerdito negro, que trata de resguardarse de la lluvia, en vano. Ranma se arrodilla y le tiende la mano, llamándolo.

- Hola, pequeñín. ¿Te has perdido?

El animal, receloso al principio, termina por dar un par de pasos, tímidos, hacia el muchacho, quien termina por acogerlo entre sus brazos, resguardándolo de la lluvia bajo su paraguas.

- Seguro que estarás hambriento,- responde Ranma, al entrar en su casa -. Si te he de ser sincero, no sé qué comen los cerdos, así que lo que vea más natural en mi nevera, te lo daré. Ya me dirás si te gusta o no.

Ranma entra en el baño para tomar una toalla y secar al animal con ella para después ir a la cocina e investigar en la nevera. El cerdito no se separa de sus piernas. Finalmente, Ranma echa en un cuenco agua y en otro algo de verdura y fruta troceada, poniendo los dos cuencos en el suelo, junto al cerdito, el cual devora el contenido insaciablemente.

- Sí que tenías hambre,- sonríe el joven mientras le observa comer. Entonces comienza a palpar el cuello del animal -. ¿No tienes amo? No veo que tengas identificación. Entonces estás como yo, sólo. Sé lo que es buscar deseseperadamente que te quieran, buscar a alguien que se desviva por ti, sin lograrlo,- se quita una tímida lágrima que comenzaba a brotar de sus ojos -. Pero al final nos hemos encontrado el uno al otro. Será cosa del destino, supongo. O que gente como nosotros está destinada a apoyarse mutuamente, quizás. Pero ya te dejo comer tranquilo.

Ranma se retira de la cocina, dejando al cerdito comer tranquilo. Entra en el baño, y, mientras llena la bañera de agua calienta, comienza con el ritual japonés de aseo. Cuando por fin termina, se mete en la bañera, a rebosar de cálida agua, dejándose llevar por el sopor, terminando por adormilarse, pero algo le despeja. La puerta del baño se ha abierto levemente. Ranma se encuentra tan relajado y abandonado de sí mismo que no puede moverse. Incluso si se tratase de un ladrón, o de un asesino, ni siquiera se sorprendería. Se encuentra tan a gusto... Ve entonces que algo brinca al taburete junto al baño, y de ahí al borde de la bañera. De un último brinco, salta al agua, hundiéndose al fondo. Ranma, al principio, no reacciona, pero al ver que el animal no emergía, se incorpora para buscarlo, pero, en su lugar, emerge un muchacho, de su edad, algo más alto de estatura. Está completamente desnudo, salvo por una bandana atada a su cabeza.

- ¿Quién eres?,- pregunta Ranma, asustado. El joven aparecido le hace callar poniendo su dedo índice delante de los labios de Ranma, al tiempo que le chista.

- Me llamo Ryoga, y estoy aquí para hacerte feliz,- y le besa lentamente en los labios.

- Pero...

- ¿No llevabas esperando esto desde hace mucho? Pues entonces calla y disfrútalo,- le susurra Ryoga.

Durante ese largo beso, Ryoga logra imponerse, y le doblega en la bañera, haciendo que se tumbe, colocándose sobre él.

- ¿Qué... qué estás... haciendo?,- pregunta Ranma.

- Nada. Únicamente te estoy preparando.

Ryoga había empezado a acariciar con su mano el peritoneo de Ranma, mientras éste, sin saber por qué, se dejaba hacer. Ranma cerraba los ojos, dejándose llevar, mientras que Ryoga no dejaba de mirarle en ningún momento.

- Ya... ya puedes...,- responde Ranma en un susurro, a lo que Ryoga responde invadiendo la intimidad del muchacho de la trenza.

Ranma había soñado con aquel momento toda su vida, aunque tenía a otra persona en mente. Creía que sería un momento dulce, para recordarlo, pero la realidad era otra, algo más dolorosa. Pero el cálido aliento de Ryoga sobre su rostro, jadeante y acompasado, le excitaba más.

- Ry... Ryoga... Para... para, por... favor...

- ¿Qué ocurre?,- Ryoga seguía con su jadeante movimiento.

- Estoy incómodo...

Ryoga, sin ademán de detenerse, le abraza y le aupa, mientras se sienta en el borde de la bañera, con Ranma sobre él. No se sabe si por el vapor reinante en el cuarto o por el esfuerzo de ambos, pero pronto sus cuerpos brillaban gracias al reflejo de la luz en sus sudorosas pieles. Ryoga alternaba sus miradas clavadas en los ojos de Ranma con sus ansias de devorar el cuello de su compañero. Ranma, por el contrario, se afanaba en agarrarse fuertemente a su amante, queriendo evitar caer, mientras cierra fuertemente los ojos. Ranma notaba cómo Ryoga en cada envite le costaba más y más levantarle, señal de que estaba al límite de sus fuerzas, y que estaba cada vez más cerca del clímax. Quizá por esa sensación, por esa idea anclada en su mente, Ranma no puede evitar hacerla verdad.

- Per... perdona, Ryoga...,- murmura Ranma, sonrojado y avergonzado.

- Tran... tranquilo,- responde Ryoga, entre jadeos, tratando de reponerse -. Yo... yo también... he...,- los dos se miran a los ojos durante un segundo, para terminar porrumpiendo en risas -. Será... será mejor que... me limpie...

Ranma se recuesta en la bañera, relajado y feliz. Ryoga aprovecha para salir del baño.

- ¿A dónde vas?

- Voy a beber un poco de agua,- responde Ryoga, en la puerta.

Ranma responde con un lánguido suspiro, al tiempo que cierra los ojos. Al poco, un ruido le sobresalta. Ranma se levanta asustado, y, dos segundos después, sale de la bañera y corre hasta la cocina. Ahí estaba el cerdito, empapado de agua, junto a una tetera caída en el suelo. Ranma sale de la cocina y va al salón, llamando a Ryoga, pero sólo le contesta el silencio. Con el corazón latiendo cada vez más deprisa, intentando evitar pensar en pésimas noticias, termina por salir de la casa. No hay nadie.

Ranma vuelve al interior de la casa, apesadumbrado. Tras cerrar la puerta, apoya su espalda en ella y se desliza hasta sentarse en el suelo, ahogando su tristeza abrazado a sus piernas. El cerdito se le acerca. Ranma le ve, dibujando una triste y falsa sonrisa.

- Tú al menos sigues conmigo,- le dice mientras le acaricia -. Pero, ¡si estás empapado!,- le toma entre sus brazos y se lo lleva al  baño, donde lo envuelve en una toalla mientras lo seca -. Aunque... ¿y si todo ha sido un sueño?,- mira fijamente al cerdito -. Sí. No hay otra respuesta. ¿Cómo va a aparecer un muchacho de la nada, así, por las buenas?,- sonríe. Mientras seca al animal, Ranma se da cuenta de que éste lleva un pañuelo atado al cuello, muy parecido a la bandana de Ryoga. Ranma sigue buscando en el cuerpo del animal.

- No tienes identificación alguna. No sé cómo llamarte, pero... ¿qué te parece si te llamo Ryoga?

Ranma sonríe. Y por un segundo, un sólo instante, creyó ver que el credito también sonrió.

FIN


sábado, 13 de octubre de 2012

CAPITULO 36

- Cuando era niño, en el dojo, antes de convertirme en el lobo solitario que fui, un niño, dos años mayor que yo, me... me hizo algo muy parecido.

- ¿Qué me estás contando, Zoro? No... no lo sabía,- le abraza. Zoro no pudo evitar empapar el hombro de su amigo con su tristeza -. Lo siento mucho, Zoro. Perdóname.

- No, eres tú quien me tiene que perdonar. Sanji, escucha. Yo te amo desde el primer día que te vi, y desde entonces me prometí a mí mismo que mi mayor deseo era, es y será que seas feliz. Sé que eras feliz con Nami, y te juro por lo más sagrado que si fuera posible, daría mi vida porque Nami volviera. Pero no puede ser. Pero te prometo aquí y ahora que intentaré que seas feliz todos los días de tu vida, desde hoy mismo. Aquí tienes a un amigo fiel.

Silencio. Durante unos segundos Zoro mira a Sanji, quien mantenía el rostro bajo. Con tristeza, Zoro sale de la cocina.

- Zoro…,- murmura Sanji. Zoro se da la vuelta, ilusionado

- ¿Sí?

- No. Nada…,- responde el cocinero, avergonzado, tras unos instantes en silencio. Zoro vuelve a entristecerse.

- ¡Zoro!,- responde de nuevo Sanji. Zoro vuelve a girarse.

- ¿Sí?

- ¿De verdad estás dispuesto a cualquier cosa por hacerme feliz?

- ¡Cualquiera!

- ¿Te importaría…,- silencio -. Te importaría dormir conmigo esta noche? Aun echo mucho de menos a Nami, y meterme esta noche en esa cama, sólo…

- ¡Claro! ¡Lo que sea por ti!

- Pero como amigos, ¿eh?

El rostro de Zoro disfrazaba de mala manera cierto disgusto.

- Zoro, te recuerdo que a mí me gustan las mujeres. Me han gustado y me gustarán, pero he de reconocer que contigo me lo he pasado fenomenal. A Nami la he amado y la amaré con locura, era amor puro. Contigo no era más que sexo. Bueno… No simplemente sexo. Era sexo y amistad. Me he acostado contigo sobre todo por amistad. Creo que si me hubiera acostado con otro hombre, con algún desconocido, o con algún otro compañero, como Franky, o Luffy o… No, no habría sido lo mismo. Hay algo, un no sé qué, que me ha unido a ti de una forma tan especial desde el principio que… No sé… No sé explicarlo. Y, sin embargo, el sexo contigo me ha abierto nuevas puertas, nuevas sensaciones que creo jamás volveré a sentir si me llegara a acostar con otro. A mí me gustan las mujeres, pero, si tuviera que tener sexo con algún hombre, si no es contigo, no será con nadie.

Y sellan la paz con un gran abrazo.

- Sanji…,- murmura el espadachín a su oído. Se miran a los ojos -. Por los viejos tiempos…,- Zoro sonreía tímidamente. Sanji le responde sonriendo igualmente, cabizbajo y sonrojado, para acabar fusionándose en un sentido e íntimo beso.

FIN

sábado, 6 de octubre de 2012

CAPITULO 35

- ¿Me vas a contar ya qué os pasa a los dos? ¿Qué te pasa a ti?

- Nada. No me pasa nada,- Sanji seguía sin dirigir la mirada a la arqueóloga.

- Ya veo que no me lo vas a decir nunca. Y lo entiendo. No me incumbe. Pero a él sí.

¿A él? Sanji se da la vuelta, y ahí estaba, junto a la puerta de la cocina, con la mirada al suelo, abrazado a sí mismo. Sanji de repente notaba algo en su interior, una sensación parecida a tener el estómago revuelto. La imagen de su amigo, de Zoro, ese gran combatiente, altivo, feroz, de repente se veía tan débil y vulnerable... Robin se acerca a Zoro.

- ¿Se puede saber cómo ha podido acabar así?

- Robin. Déjanos,- Sanji no podía apartar la mirada de Zoro. Parecía tan desvalido...

- ¿Seguro que puedo dejaros solos? ¿No querrás rematarlo?

- Robin, créeme.

La mujer sale de la cocina, dubitativa. Cuando quedan solos, Sanji quiso pedirle perdón. Arrojarse a sus pies, llorando a lágrima viva, pidiéndole un millón de perdones, pero no lo hizo. No se podía mover. La imagen de Zoro le estaba matando por dentro. Zoro, sin embargo, trataba de darle la espalda. No le podia ver. No podía dejarle que le viera. Quería ocultarse en el más oscuro agujero de la tierra y no salir jamás. Se sentía tan despreciable...

- Zoro...,- la voz de Sanji sonaba muy débil -. Perdóname, por favor. Estaba completamente fuera de mí. Sabes que jamás os haría daño. Ni a ti ni a nadie de la tripulación. Pero comprende que en la pelea han ocurrido varios sucesos, y tan rápido, que me han hecho ver que... bueno... ya lo has visto...,- Zoro seguía evitando al cocinero. Temía por su vida -. Lo siento, ¿vale? Fue un arrebato de auténtica locura. ¡No era yo!,- el tono alto de su voz atemorizó de nuevo al espadachín. Sanji le nota temblar y se acerca para abrazarle. Cuando le toma del hombro, Zoro le rehuye -. Tranquilo, Zoro. Sólo quiero hablar contigo. Te prometo que no te voy a volver a hacer nada. Te lo juro por Nami.

Zoro se vuelve poco a poco hasta que se encuentra con el ojo visible del cocinero. Apenas consigue aguantar la mirada un par de segundos cuando Zoro se derrumba, delante de él. De rodillas, delante de Sanji, llorando como nunca.

- Oh, Sanji... Me siento fatal. Como la basura. O peor aún.

- No, no, no,- Sanji se arrodilla a su lado, abrazándolo -. Yo soy peor que la basura. Tratarte como te he tratado por un accidente. Aunque, ponte en mi lugar. ¿Cómo habrías reaccionado si, accidentalmente... no sé... si accidentalmente Usopp me tira una de sus canicas, o si Luffy me arrea con uno de sus golpes? Y no me digas que les felicitarías, porque te quedas sin comer un mes, estúpido marimo .- Zoro no puede evitar mostrar una pequeña sonrisa -. ¿Ves? Has sonreído .- Zoro le mira -. Y ahora quiero que pierdas ese miedo que me estás teniendo. No quiero que por perder una de las cosas que más quiero, pierda el resto,- sonríe.

- Sanji... Yo...,- tartamudea Zoro -. Me aterrorizaste sobremanera antes. Esa mirada... esa mirada que tenías, me dio mucho miedo...

- ¿Tú? ¿Miedo?,- ríe.

- Era una mirada que jamás había visto. En nadie. Ni siquiera en ti. Y luego, tras... eso... me hiciste recordar un fantasma del pasado...,- el rostro de Sanji cambia por completo.

- ¿Qué fantasma?