viernes, 2 de diciembre de 2011

ESCENA ZOSAN

Bueno, pues después de todo este tiempo, actualizo este blog con una pequeña escena ZoSan (Zoro y Sanji) un tanto... digamos... explícita.


Zoro estaba totalmente concentrado en sus ejercicios. El murmullo del mar dialogando con el leve crujido de la madera del barco alteraba el silencio profundo del camarote. Zoro miraba fijamente la barra de las pesas mientras las subía y bajaba rítmicamente, con la pauta de su respiración. Pero un leve troqueteo le interrumpe. La puerta se abre y se asoma una rubia melena de la que se asoma tímidamente un ojo y una ceja rizada.

- Zoro, ya está la comida. ¿Vas a venir a comer ya?

- Sanji,- responde Zoro, dejando las pesas e incorporándose -. Vale. Me voy a la ducha y ahora voy, ¿vale?,- Zoro se seca el sudor de su rostro con la toalla que lleva en su cuello.

- Zoro…,- Sanji entra, tímido -. ¿Qué tal estás?

- ¿Yo?,- pregunta Zoro, perplejo -. ¿Y esa pregunta, a qué viene?

- Lo digo por eso,- Sanji señala su torso. Zoro baja el rostro y mira. Tiene una cicatriz que le recorre todo el pecho, del cuello al ombligo -. No deberías de forzar mucho la máquina. De acuerdo que ya está curada, pero se te podría abrir la herida.

- Bah… No te preocupes.

- Sí. Me preocupo,- Sanji se acerca al espadachín -. En aquella pelea me dio un vuelco el corazón al verte empapado en tanta sangre.

- Pero no era toda mía.

- Pero el susto no nos lo quita nadie ya.

El silencio se adueña del gimnasio. Zoro y Sanji se miran fijamente unos instantes para luego desviar la mirada.

- Bueno…,- tartamudea Zoro -. Me voy a la ducha ya, que estoy empapado de sudor, y si no me lavo, la herida se podría infectar y...,- se da la vuelta para dirigirse a la puerta.

- Yo también será mejor que vaya a la cocina, que me he dejado algo en el fuego…,- toma el mismo camino que su compañero.

Los dos llegan a la vez a la puerta y toman el pomo. Al contacto de las manos, los dos se miran a los ojos, sorprendidos. Se quedan quietos por unos instantes hasta que, de repente, se abrazan violentamente y se besan apasionadamente, como si trataran de devorarse el uno al otro. Mientras se hallan envueltos en esa espiral de deseo carnal, se mueven por el gimnasio al tiempo que Zoro ayuda a Sanji a desprenderse de su siempre impecable traje de chaqué. Chocan con el banco donde Zoro estaba levantando pesas. Sanji cae de espaldas en él. Los dos se quedan mirándose, con la lascivia aún en sus ojos. De repente, como en un arrebato, los dos piratas se desprenden de sus pantalones y siguen con su ritual erótico.

- ¿Se puede saber qué intentas?,- pregunta Sanji, entre jadeos. Zoro trataba de separar las piernas de su amigo.

- Tú que crees.

- Espera, espera, espera.

Los dos cesan.  Zoro se levanta, contrariado.

- ¿No es lo que quieres? Perdona, tío… Yo creía que…

- Zoro,- Sanji le mira en silencio, aun acostado en el banco. Abre sus piernas levemente mientras sonríe lascivamente. Zoro, al verle, dibuja una amplia sonrisa rebosante de deseo al tiempo que vuelve a echarse sobre el cuerpo del cocinero.

De nuevo, inmersos en aquel ataque caníbal, Zoro consigue fusionarse con Sanji en un solo ser. El cobrizo y robusto cuerpo del espadachín contrastaba con la pálida y delgada anatomía del rubio cocinero. Los dos participaban en una pelea que Zoro iba ganando con gran ventaja. Toda la adrenalina que el guerrero había producido durante su sesión de ejercicios ahora la despedía en aquellos embites. Sanji se aferraba a él, con fuerza, mientras sentía el cálido aliento de su amigo en su rostro. El cocinero notaba la fuerza y la rudeza de Zoro, fuertemente contrastado con su propia elegancia y dulzura. De repente, Zoro le abraza y, en un rápido movimiento, se incorporan. Sanji y él se quedan mirándose a los ojos a escasos milímetros, con las frentes pegadas. Los dos se pierden en sus oscuras pupilas, sin ser conscientes de lo que les rodea, sin ser conscientes de sus propios actos voluptuosos, ni siquiera de sus jadeantes suspiros. Sólo estaban ellos dos, cara a cara, cuerpo a cuerpo. Sanji mueve la cabeza y se dirige rápidamente al cuello del peliverde. Lo saboreaba y mordisqueaba como un vampiro que quiere probar la vida de su víctima. El salado sabor de la piel de su amigo, causado por el sudor acumulado, le hacía recordar aquellos pescados que solía cocinar en el Baratie. Por su parte, a Zoro, el albino tono de la piel del cocinero le hacía volcársele el corazón a cada rato, ya que le recordaba a la blanquecina y suave piel de su idolatrada Kuina, pero esos recuerdos desaparecían ante el escalofrío que recorría su cuerpo ante esos besos lujuriosos de Sanji en su cuello.

- Para, para, para…,- no paraba de susurrar Sanji en la oreja de Zoro. Éste se detiene.

- ¿Ocurre algo?,- le pregunta, sotto voce.

- No… no es nada,- responde Sanji, jadeante y murmurante. Le mira a los ojos y le besa suavemente para después levantarse. Zoro le mira atónito.

- Sanji… Si yo aún no…,- y se mira la entrepierna.

Sanji le mira, le toma de las piernas y le arrastra por el banco, haciendo que Zoro se tumbe en él. Rápidamente, se tumba delante de él.

- Es mi turno,- responde al tiempo que invade su intimidad masculina.

- Sanji,- responde Zoro, tratando de detenerle -. Yo no…,- Sanji le interrumpe poniendo su dedos en los labios del espadachín al tiempo que sisea.

- Tranquilo,- responde -. Yo no soy tan impetuoso como tú.

Sanji termina la frase con una dulce sonrisa, capaz de calmar y tranquilizar al más exacerbado guerrero, al más asustadizo cobarde. Zoro, como hipnotizado, se deja hacer. Sanji le separa las piernas. Sanji notaba a Zoro nervioso. Sabía que aquello le molestaba y le ponía nervioso. “Un hombre así jamás podría llegar a ser un gran guerrero”. Para tranquilizarle y relajarle, se tumbó sobre él y comenzó a jugar con aquella sorpresa que había entre las piernas del espadachín. Zoro, al primer húmedo contacto, cerró los ojos y dejó salir de su garganta una muy sentida exclamación de placer.

- ¿Qué?,- pregunta Sanji, sonriendo irónico -. ¿Esta katana si dejas que te la toquen?

Zoro le mira de reojo. Sonríe mientras le acaricia la nuca. Sanji sigue con su labor, pero sin apartar la mirada de su amigo. Tras unos instantes en los que Zoro, por primera vez en su vida, había bajado la guardia, Sanji se coloca encima de él y logra unirse a su amante.

En esta ocasión, la batalla se torna totalmente diferente a la pelea anterior. Si Zoro era rudo y de envites violentos, Sanji era más tranquilo y suave. Zoro, en su turno, sólo quería disfrutar él, pero Sanji, más romántico y dadivoso, tenía como meta en la vida hacer que los demás gozaran, tanto en la cocina como en la cama.

Al contrario que su compañero, Sanji se contoneaba sutilmente, como si en cada movimiento tuviera miedo de hacerle daño. Zoro se dejaba llevar por los sentimientos que afloraban en su mente por las caricias internas. Cerraba los ojos, como si así pudiera percibir mejor las sensaciones producidas, pero le era imposible controlar el temblor de sus párpados, llegando a abrirse levemente en varios momentos, dejando entrever sus ojos en blanco. Sanji no podía evitar dejar de mirarle, de observar aquellas muecas en su rostro, arqueando la espalda en ciertos momentos, echando la cabeza hacia atrás y abriendo la boca mientras dibuja una libidinosa sonrisa. Aquella le hacía sonreír. Entonces comenzó a pasar sus manos por el fornido cuerpo de Zoro. Todos aquellos fibrosos músculos dejaban entrever y entender los largos años que el espadachín estuvo entrenando sin descanso. Pero lo que más le llamaba la atención al cocinero era la práctica falta de vello en aquel apolíneo torso, y eso que Zoro no era de los hombres que se cuidaran en ese sentido.

Zoro logra, en mitad de aquella vorágine extasiante, levantar los brazos y palpar el delgado cuerpo de su compañero. Luchando arduamente contra aquellas sensaciones exaltantes, consigue tocar el vientre de su amigo, notando el gran contraste de color entre su piel y la de él. Subiendo la mirada se sorprende ver el destacado de la negrura de unos incipientes copetes en su pecho con la casi albinez de la piel.

Finalmente, y tras varios minutos interminables de lujuria y deseo, Zoro y Sanji consiguen alcanzar el sublime éxtasis casi místico del orgasmo, como si una explosión de gozo les invadiese por completo. En ese preciso momento, las fuerzas les abandonan, cayendo Sanji sobre el cuerpo de Zoro como un peso muerto. La agitada respiración del rubio cocinero pelea entonces por seguir el rítmico vaivén del pecho del peliverde.

- No puedo creer que esto pudiera ser tan intenso,- susurra entrecortadamente Zoro.

- ¿Cómo?,- pregunta Sanji, en un gran esfuerzo por moverse para mirarle a la cara.

- Es que… he de confesar que yo… nunca…

- Nunca lo has hecho con otro hombre,- sonríe Sanji -. Lo comprendo.

- No. Me refiero a que no… vamos… Ni con un hombre… ni con una mujer…

- ¿Que tú nunca has…?,- Sanji se queda perplejo.

- No…,- murmura avergonzado Zoro.

- Pues como primera vez, veo que has quedado bastante satisfecho,- responde Sanji, abrazándole sonriente y con ciertos aires de grandeza.

- Sanji… Yo… Es que… antes de sumarme a Luffy como miembro de su tripulación, entre los entrenamientos y las batallas contra los piratas, no tenía ni un momento de descanso. Nunca antes había yacido con nadie. Siempre había estado solo.

- ¿Cómo?,- Sanji le mirada perplejo al mismo tiempo que dibujaba una sonrisa -. ¿Me estás diciendo que tú nunca has…?,- Zoro vuelve el rostro, avergonzado -. Bueno, pero sí que te habrás desahogado… tú solo.

Zoro niega tímidamente.

- Te acabo de decir que no he tenido un solo momento de descanso…,- farfulla el espadachín. Sanji deja escapar de su garganta un amago de risa mientras seguía observando a aquel cazarrecompensas tratando de menguar para que nadie le mirara.

- ¿Pues sabes qué?,- continúa el cocinero, abrazándolo -. Que aquí tienes a un profesor al que puedes acudir cuando quieras.

Zoro le mira. Sonríe tímido.

- Gracias…

- Por cierto… No sabía que tu pelo fuese verde de verdad,- Zoro se sonroja.

- Y yo no sabía que el tuyo fuese teñido.

Los dos ríen, abrazados, abandonándose a un bucólico mundo de caricias suaves, besos tímidos y viajes al centro de sus pupilas.