sábado, 29 de septiembre de 2012

CAPITULO 34

Sanji llevaba varios minutos en la cocina. No hacía más que picar comida. Tomates, puerros, limones. Daba igual, con tal de que fuera comida. Cortar comida le ayudaba a calmarse, pero esta vez... Esta vez no había comida suficiente en el mundo para que él se calmara.

- Maldito Zoro,- pensaba -. Todo esto es culpa suya. Ojalá nunca se hubiese unido a la tripulación. Ojalá yo nunca me hubiese unido. Yo ya era feliz en el Baratie, cocinando para todo el que se acercaba a degustar nuestros platos. Pero no, me tuve que unir a esta maldita tripulación. Estúpido Luffy, conseguiste llenarme la cabeza de pájaros. Me hiciste enrolarme porque con vosotros podría encontrar el All Blue. Aunque debo reconocer que ha habido cosas positivas: las aventuras que hemos pasado, la amistad con todos ellos, las islas y las gentes que hemos conocido, las batallas que hemos librado. Y Nami. Mi Nami.

Al recordar ese nombre, no puede evitar derramar una lágrima sobre la zanahoria que estaba cortando en ese momento. Se lleva la mano a los ojos.

- Oh, Nami. Mi dulce Nami. Aún no te has ido y ya te echo tanto de menos...

Sanji deja el cuchillo en la encimera y se da la vuelta para desahogarse tranquilamente.

- Y todo por culpa de ese estúpido marimo y sus estúpidas katanas. ¡Ojalá él estuviese en tu lugar!

- Cocinero...

La voz de Robin le hace darla la espalda y fingir seguir cortando comida.

- Cocinero. ¿Te encuentras bien?

- Estoy bien, Robin.

- El tono tan seco de tu voz me dice lo contrario. ¿A qué ha venido aquello con el espadachín? ¿Qué os ha pasado?

- No quiero hablar de ello, ¿vale?

- Pero...

- ¡He dicho que no, Robin!

- Ya sé que no quieres hablar de ello. Pero debes. ¿Por qué le has echado la culpa de lo que le ha pasado a la navegante?

- Porque ha sido él quien la ha matado.

- Eso no es verdad...

- ¡Ha sido él!

- Eso no es verdad. Y lo sabes. Sus katanas salieron volando en aquel golpe y la navegante tuvo la mala fortuna de que una de las katanas se clavara en su cuerpo.

Sanji vuelve a desplomarse con su tristeza.

- El doctor fue a ver al espadachín y lo encontró en el suelo, llorando, medio desnudo y sangrando. ¿Me vas a contar ya qué os pasa a los dos? ¿Qué te pasa a ti?

sábado, 22 de septiembre de 2012

CAPITULO 33

Ranyo le agarra de las muñecas fuertemente. Zoro trata de soltarse, pero Ranyo era más fuerte que él.

- No te resistas, Zoro. Para algo soy dos años mayor que tú.

Ranyo consigue doblegarlo hasta hacerle arrodillarse en el suelo.

- Suéltame, Ranyo. Suéltame o...

- ¿O qué?,- ríe -. ¿Irás llorando al sensei en plan "Sensei, Ranyo me ha pegado"?,- ríe sonoramente -. Así nunca llegarás a ser un espadachín.

Ranyo le tumba en el suelo boca arriba. Se pone encima de él, inmovilizándole.

- ¡Suéltame!

- Venga, Roronoa, si llevas esperando esto toda la vida.

Ranyo le ata las muñecas a la cuerda del pozo. El peso del cubo, ya cargado de agua, hacía tirar de él. Zoro peleaba por liberarse, pero era imposible. Ranyo aprovecha para quitarle los pantalones. Zoro pataleaba, pero Ranyo consigue dominarlo. Ranyo toma sus piernas y le hace flexionarlas hacia atrás, haciendo que las rodillas toquen el suelo, cerca de su cara. Ranyo se baja el pantalón.

- ¿Qué vas a hacer?

- Calla, Zorito. Si esto te va a gustar.

- ¡Déjame!

Pero Ranyo hacía oídos sordos. Zoro trataba desesperadamente de evitar todo aquello, pero Ranyo tenía todo el poder y control sobre él. Ante la insistencia de gritar de Zoro, Ranyo le mete en la boca una bandana negra. Y aquel muchacho terminó por profanar la intimidad del joven peliverde, quien lloraba entristecido por lo que le estaba pasando.

- Como se te ocurra decir algo a alguien, te rebano el pescuezo,- le susurra Ranyo al oído, antes de irse y dejarle tirado en el suelo.
* * * * * * * * * *
Aquellos recuerdos le volvieron a asaltar, por culpa de lo que acababa de hacerle Sanji. Pensó haberlo ocultado en lo más profundo de su memoria, pero finalmente afloró. Y de nuevo, el dolor de aquella época le sobrevino, recordando que lo que le pasó el día de la boda de Sanji y Nami no fue la primera vez que lo hizo. Pero sí la primera que tuvo el coraje de herirse. Suerte que aquella vez, cuando tenía doce años, todavía le tenía mucho respeto a la Muerte y no llegó a hacerse nada.

- Sanji...,- murmura, aún en el suelo del baño -. Perdóname. Yo no tengo la culpa. Nadie sabía que una de mis katanas volaría hasta ella. Yo no tengo la culpa, pero, perdóname. Te lo suplico... Si no me perdonaras, yo... no sé qué...

Y se derrumba definitivamente, en un auténtico océano de lágrimas.

sábado, 15 de septiembre de 2012

CAPITULO 32

- ¿Por qué yo, sensei?,- Zoro se quejaba ante su maestro -. ¿Por qué no Kuina? ¿O Ranyo? ¿O Tenshori? ¿O...?

- Porque quiero que vayas tú, Zoro.

Muy a su pesar, y con la burla de sus compañeros de fondo, Zoro sale del dojo con un gran cubo de madera. Zoro estuvo enfadado todo el camino hasta el pozo que había a varios metros detrás del dojo. Él no quería ir a recoger el estúpido agua del estúpido pozo con ese estúpido cubo. Lo que él quería era seguir con las clases, no perderse ni una, aunque cayera enfermo, él seguiría yendo al dojo. Quería convertirse en el mejor espadachín del mundo. Quería derrotar a Kuina de una vez por todas, y dejar de ser el hazmerreír del dojo.

Mientras deslizaba el cubo a través del profundo pozo, alguien le llama.

- ¡Ranyo! ¿Qué haces aquí? ¿El sensei también te ha mandado a por agua?

- No, he venido a por ti, por si te perdías,- ríe el joven muchacho.

- Aquello fue un simple despiste,- Zoro ya estaba harto de que le recordaran aquello.

- Bueno, Roronoa,- Ranyo se acerca a él -. ¿Me vas a contar lo que te pasa hoy?

¿Cómo? ¿Él también?

- No me pasa nada. Piérdete.

- No creas que no me he dado cuenta, Zorito. He visto cómo me mirabas esta mañana mientras nos cambiábamos.

- Yo no he mirado a nadie,- Zoro empezaba a crisparse. Ese muchacho le sacaba de quicio todos los días.

- Ahora me vas a decir que no soy guapo.

- Déjame en paz.

Qué ganas tenía Zoro de tirarle por el pozo.

- Venga, Roronoa. Todos sabemos que tú eres un... ¿cómo lo llaman? ¡Ah, sí! Un invertido. Ahora comprendo tus ansias por dominar el combate de las tres katanas: una en cada mano y la tercera en...

¿Dónde están las katanas cuando uno más las necesita?

- Lárgate Ranyo, si no quieres que...

- ¿Si no quiero qué? ¿Que me violes?,- ríe -. Eso habría que verlo.

sábado, 8 de septiembre de 2012

CAPITULO 31

Aquella mañana amaneció como cualquier otro día. Los pájaros comenzaban a despertar con sus cánticos, el sol ya despuntaba por el horizonte, y el joven Zoro, quien ese día cumplía ya los 12 años, se ponía rumbo al dojo. Pero no estaba tan feliz como otros días. Ir a esas clases le animaba mucho, era por lo que vivía, pero esa mañana su paso era más lento, más apesadumbrado. Su rostro, antes altivo y feliz, decaía triste y aciago.

- ¡Zoro!,- le llamaba una dulce voz -. ¿Estás sordo o qué? ¡Zoro!

- ¡Ah! Hola, Kuina.

La joven hija del sensei acudió a su lado a todo correr.

- Feliz cumpleaños...,- le responde tímidamente. Zoro seguía con la vista al suelo -. ¿Te pasa algo hoy, Roronoa?

- No... no es nada...

¿Cómo decirle que él...?

- Bah, no te preocupes. Ayer estuviste a puntito, a puntito de derrotarme. Hoy seguro que lo consigues,- y le abraza por los hombros, dicharachera. La muchacha seguía parloteando sobre lo hermoso y florido que estaba ya el cerezo del dojo, pero Zoro seguía sumido en sus pensamientos. ¿Por qué? Esa pregunta le atormentaba la mente. ¿Por qué él? Además, sin avisar. Fue algo que ocurrió de la noche a la mañana. Se pasó varios minutos delante del espejo, observándose detalladamente. No había cambiado, pero se sentía diferente. Era diferente. Hasta estudió su rostro, sus ojos, su lengua, por si hubiera enfermado, pero estaba todo perfectamente sano. Entonces, ¿por qué...?

- Buenos días,- responde Kuina, tras abrir la puerta del dojo, reverenciándose servicialmente.

- Buenos días, Kuina. Zoro,- responde el sensei, con el rostro alegre -. ¿Zoro?,- el maestro miraba al joven sorprendido tras sus gafas.

- ¡Oh! Bu... buendos días, sensei...,- responde el joven tartamueando.

- Chicos, id a prepararos. Empezaremos en breve.

Los dos jóvenes entran en el dojo y se adelantan hasta dos puertas al fondo. Kuina abre una de ellas.

- Nos vemos en un momento,- responde guiñándole un ojo al tiempo que entra y cierra la puerta.

Zoro se queda inmóvil delante de la otra puerta. No se atreve a moverse. Tiene miedo. Una gota de sudor frío recorre su espinazo.

- ¿Qué haces ahí parado?,- el maestro está a su lado -. Entra y no remolonées,- responde abriendo la puerta por él. Ante él aparece un cuarto. Varios jóvenes de su edad estaban dentro, cambiándose de ropa. Zoro entra, empujado por el sensei.

- ¡Vaya, vaya, vaya! ¡Si es el cabeza de alga!,- exclama una voz, seguida de un estruendoso estallido de risas.

- Ya vale, Ranyo.

Zoro acude, sin hacerle caso, hasta un pequeño rincón. Allí, en un banco delante de él deja un pequeño hatillo formado por su katana de madera de la que pendía, por un extremo, un hatillo, el cual abre y descubre algo de ropa. Zoro se cambia en silencio mientras sus compañeros siguen hablando entre ellos con gran volumen de voz.



sábado, 1 de septiembre de 2012

CAPITULO 30

Zoro lloraba desconsoladamente en el suelo, hecho un ovillo. Aún podía ver, en su memoria, la mirada tan aterradora de Sanji. Una mirada asesina. Literalmente. Jamás vio al cocinero tan enfadado. Sus ojos estaban totalmente rojos por la sangre, a punto de licuar la tristeza abismal de su corazón. Le hizo daño. Mucho daño. Aún podía ver las marcas que le ha dejado en sus brazos cuando le aupó. Los dedos aún marcaban los moratones de sus brazos. Quería olvidarlo todo, pensar que se trataba de una pesadilla, pero fue real, más de lo que deseaba.

- Sanji...,- decía para sí -. Perdóname... No sé qué he hecho, no sé por qué me culpas a mí, pero lo siento. Lo siento mucho.

Pero no obtuvo compasión. Sanji le había dejado en el baño, llorando, y se fue. Zoro llevaba ya varios minutos tratando de asimilar todo lo ocurrido, pero fue muy traumático. Aún le dolía... todo.

- ¿Zoro?,- la aguda voz de Chopper le hizo volver en sí -. ¿Estás bien?

- Vete...,- murmura.

- Pero...

- Chopper. Por favor. Déjame.

- Pero, ¿qué ha pasado? ¿Por qué Sanji...?

- Chopper. No.

- Pero...

- Por favor...,- Zoro le mira, indulgente. Las lágrimas bañaban su rostro. Chopper se queda inmóvil, como una estatua.

- Pero... Zoro... Estás sangrando... detrás...

- No es nada.

- Pero...

- Que no es nada, ¿vale?

Chopper se calla y sale del aseo, lentamente.

- Es todo culpa mía,- se dice a sí mismo cuando se queda solo de nuevo -. Si no me hubiera unido a Luffy... Si no me hubiese enamorado de Sanji como un idiota... Si Sanji me hubiese dejado acabar con mi sufrimiento en aquella isla...

Pero, sin saberlo, Sanji le había abierto una nueva herida que Zoro creía haber cicatrizado para siempre.