sábado, 22 de septiembre de 2012

CAPITULO 33

Ranyo le agarra de las muñecas fuertemente. Zoro trata de soltarse, pero Ranyo era más fuerte que él.

- No te resistas, Zoro. Para algo soy dos años mayor que tú.

Ranyo consigue doblegarlo hasta hacerle arrodillarse en el suelo.

- Suéltame, Ranyo. Suéltame o...

- ¿O qué?,- ríe -. ¿Irás llorando al sensei en plan "Sensei, Ranyo me ha pegado"?,- ríe sonoramente -. Así nunca llegarás a ser un espadachín.

Ranyo le tumba en el suelo boca arriba. Se pone encima de él, inmovilizándole.

- ¡Suéltame!

- Venga, Roronoa, si llevas esperando esto toda la vida.

Ranyo le ata las muñecas a la cuerda del pozo. El peso del cubo, ya cargado de agua, hacía tirar de él. Zoro peleaba por liberarse, pero era imposible. Ranyo aprovecha para quitarle los pantalones. Zoro pataleaba, pero Ranyo consigue dominarlo. Ranyo toma sus piernas y le hace flexionarlas hacia atrás, haciendo que las rodillas toquen el suelo, cerca de su cara. Ranyo se baja el pantalón.

- ¿Qué vas a hacer?

- Calla, Zorito. Si esto te va a gustar.

- ¡Déjame!

Pero Ranyo hacía oídos sordos. Zoro trataba desesperadamente de evitar todo aquello, pero Ranyo tenía todo el poder y control sobre él. Ante la insistencia de gritar de Zoro, Ranyo le mete en la boca una bandana negra. Y aquel muchacho terminó por profanar la intimidad del joven peliverde, quien lloraba entristecido por lo que le estaba pasando.

- Como se te ocurra decir algo a alguien, te rebano el pescuezo,- le susurra Ranyo al oído, antes de irse y dejarle tirado en el suelo.
* * * * * * * * * *
Aquellos recuerdos le volvieron a asaltar, por culpa de lo que acababa de hacerle Sanji. Pensó haberlo ocultado en lo más profundo de su memoria, pero finalmente afloró. Y de nuevo, el dolor de aquella época le sobrevino, recordando que lo que le pasó el día de la boda de Sanji y Nami no fue la primera vez que lo hizo. Pero sí la primera que tuvo el coraje de herirse. Suerte que aquella vez, cuando tenía doce años, todavía le tenía mucho respeto a la Muerte y no llegó a hacerse nada.

- Sanji...,- murmura, aún en el suelo del baño -. Perdóname. Yo no tengo la culpa. Nadie sabía que una de mis katanas volaría hasta ella. Yo no tengo la culpa, pero, perdóname. Te lo suplico... Si no me perdonaras, yo... no sé qué...

Y se derrumba definitivamente, en un auténtico océano de lágrimas.

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