sábado, 14 de julio de 2012

CAPITULO 23

- Oye, marimo,- Sanji le hablaba como si no le importara la conversación, centrándose más en encender el cigarrillo que tenía en la boca -. Antes, cuando dijiste que me ibas a atravesar con tu katana, ¿a cuál de las cuatro te referías?

- ¿Cuatro? Si yo sólo tengo... Oh,- Zoro comenzó a ruborizarse.

Hacía dos horas que salieron todos del barco, en pequeños grupos. Luffy, Brook y Franky formaron un equipo que fue a visitar el pueblo. Robin, Chopper y Usopp visitaron una pequeña cala que había al otro lado de la isla, ya que el renito descubrió el día anterior unas hierbas bastante interesantes, y la arqueóloga creyó oír en el pueblo que había unas ruinas que quizá la ayudaran en su investigación sobre los fonegrifos. Zoro y Sanji formaron un tercer equipo que se quedó en el bosque, pero no como hubieran querido, ya que Nami también había ido con ellos.

Zoro y Sanji estaban sentados en la hierba, uno junto al otro, mirando al horizonte. Llegaron a un claro del bosque, a bastante altura, donde eran capaces de vislumbrar la costa en general y el barco en particular.

- Dime una cosa,- continúa Sanji, mirando al horizonte -. ¿Tienes celos de Nami?

- Déjame...,- murmura Zoro, volviendo el rostro.

- Puedes contármelo. Nami ha ido a buscar el tesoro ese de aquella estúpida leyenda que oyó el otro día en el pueblo. Eso la llevará bastante tiempo. No le diré nada, te lo juro,- Zoro dejaba que el silencio respondiera por él. Sanji le mira, le abraza por el hombro y sonríe -. Ya sabes que puedes confiar en mí.

Zoro le mira, tímidamente. La felicidad que desprendía Sanji por su ojo visible contrastaba con la inquietud que sentía dentro.

- Sanji,- responde Zoro, deteniéndose secamente para mirar tras de sí y luego volver a su amigo -. Sanji, tengo que reconocer que lo de antes... pues... Sí, me gustó. Era lo que he estado esperando toda mi vida, lo que he estado esperando desde que te conocí, pero... Pero cada vez que te veía con Nami, y más ahora que estáis... casados, pues... ¡Sí, lo reconozco! ¡Me comen los celos!,- Zoro vuelve el rostro enojado mientras su amigo ríe y le da una palmada en la espalda.

- ¡Lo sabía!,- ríe el cocinero.

- Sa... Sanji,- murmura el espadachín -. Si... si yo me hubiese confesado... ¿Tú... tú crees que... tú y...?

- ¿Tú y yo?,- Sanji contesta con una gran risotada. Zoro crispa los puños y endurece el gesto -. Bueno... ¿Quién sabe?,- Sanji se acerca a su oído y para susurrarle -. Puede que en vez de Nami me hubiese casado contigo.

Aquella respuesta, seguida por un leve soplido del cocinero en su oído, le hizo calmarse al momento. De repente, comenzó a imaginarse su vida junto a Sanji. Casados. Era una solemne tontería. Él era Zoro Roronoa, el mejor espadachín del mundo, el temible ex-cazador de piratas. Él era un lobo solitario, como quien dice. No necesitaba a nadie a su lado. Pero, por el contrario, vivir con Sanji... Se imaginaba llegar a casa y tener la comida ya preparada. Comida caliente y reciente. Ya no volvería a comer cualquier cosa que encontrara por ahí, como cuando era cazador de piratas. Se imaginaba andar con Sanji, cogidos de la mano, bajo la luna, a orillas del mar. Se imaginaba... Se imaginaba hasta con hijos. ¿Hijos? ¿Ellos dos? Es más, ¿hijos, él? ¡Si odia a los niños! Pero... Pero cuidar un niño junto a Sanji... Eso le transformaba. Cuando se encuentra a solas con Sanji, es como si él mismo cambiara.

Sin darse cuenta, Sanji le estaba mordisqueando suavemente el lóbulo de la oreja. Zoro cerró los ojos, dejándose llevar por aquella sensación.

- Sanji, no...,- susurra el peliverde -. Na... Nami podría volver en... cualquier mo... momento y...

- ¡Esto es increíble!



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