sábado, 7 de julio de 2012

CAPITULO 22

Zoro tenía la mirada fija en aquella barra de acero, subiendo y bajando a pocos centímetros de su rostro. El esfuerzo y el sudor le envolvían, pero él quería superar su record del otro día. Tan sólo unas pocas más... Pero no estaba muy concentrado. La vergüenza que pasó unos minutos antes durante la comida no le dejaba entrenar a gusto. Y volvió a perder la cuenta del levantamiento de pesas. Deja las pesas en el suelo, se incorpora y se seca el sudor de su rostro con la toalla que descansaba en su cuello.

- ¿Qué me pasa?,- pensaba.

Quería pensar que no sabía la respuesta, pero era engañarse. No dejaba de pensar en Sanji, en el sexo con él. No dejaba de pensar en su relación con Nami. Y eso le enfadaba. Ya le había probado una vez, y fue suficiente como para querer probarlo durante el resto de su vida. Pero sabía que eso nunca más volvería a suceder. Y eso le enfadaba cada vez más.

- Gracias Sanji,- se dice a sí mismo -. Por tu culpa estoy peor que antes.

Pero unos golpes le hacen volver. La puerta del gimnasio se abre.

- Oye Zoro, aun faltan un par de días para que se cargue el Log Pose, así que vamos a ir a dar una vuelta por la isla. ¿Te vienes?

- Claro, Nami. Ahora mismo lo que más me conviene es estar junto a Sanji sin poder catarlo a solas estos dos días,- piensa Zoro.

- No, Nami. No tengo ganas,- responde el peliverde.

- ¿No te vienes?

Aquella voz le hizo helarse.

- Mejor, así no habrá que ir a buscar al marimo.

- ¡Oye, rubiales! ¡Como te vuelvas a meter conmigo te atravesaré con mi katana!

- ¡No me amenaces, pelo de alga, que te arreo!

-¡Chicos, chicos!,- Nami intercede entre los dos -. Casi mejor que Zoro se quede, para cuidar del barco.

- ¡Pues ahora sí que me voy con vosotros!,- responde Zoro, levantándose enojado.

Al pasar por la puerta, al lado de Nami y Sanji, no pudo evitar sentir su piel erizarse, su corazón empezó a palpitar a gran velocidad, su cabeza le empezó a dar vueltas. Incluso tuvo que pararse un segundo, apoyándose en la pared para evitar caerse por el mareo. Le tocó. Sanji le rozó con la mano en la suya. Como ya conocía su punto débil, ese cocinerucho sabía cómo alterarle. Idiota...




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