domingo, 24 de octubre de 2010

CAPITULO 15

Por una vez en su vida, la falta total de orientación de Zoro le hizo llegar a un paraje idílico. Cuando llegaron a las ruinas que Robin quería estudiar, Zoro decidió echar un vistazo a los alrededores, pero, como siempre, no logró retomar el camino de vuelta. En su lugar, llegó a un pequeño lago, rodeado de una maleza de un verde muy vivo. La luz del sol navegaba sobre el agua del lago, que no dejaba de ondear debido a la pequeña catarata que le surtía de agua. El silencio del lugar sólo era roto por el chapoteo del salto de agua al caer en el lago.

- Ya que no puedo volver, esperaré aquí a que me busquen los demás,- se dijo a sí mismo tras observar la quietud del lugar.

Y para poder relajarse y concentrarse en sus cosas, decidió seguir con sus prácticas ninjas, así que que se despojó de su ropa, se sentó sobre una gran roca justo debajo de la cascada y se concentró. Al cabo de un rato dejó de sentir el peso del agua sobre su cabeza, el frío en su piel, el agua cayendo sobre su espalda, el sonido de la cascada cayendo. Se evadió de sí mismo. Empezó a sentir que salía de su propio cuerpo, y se dejó llevar. Vio una luz tan blanca y brillante que, como una polilla, se sintió extrañamente atraído por ella. La siguió hasta salir de sí mismo, de su cuerpo. Ya sólo era como un alma, como una nube ligera siguiendo esa extraña luz. Creyó varias veces verse a sí mismo bajo la cascada, en la misma posición. Quería volver, pero el poder de atracción de aquella luz era increiblemente fuerte. La siguió y llegó a acercarse tanto que en un momento creyó estar dentro. Y esa luz se transformó en imágenes, imágenes de su infancia en el dojo, imágenes de Kuina, imágenes de sus trabajos como caza-recompensas, imágenes de sus compañeros, y, en especial, de Sanji. De repente, en su mente, ya sólo había imágenes de aquella noche en la roca de la playa. Asustado por aquellas visiones, abrió los ojos como si despertara de una terrible pesadilla.

- No,- pensó, con la mirada fija en el horizonte -. No puede ser que aquel momento se haya quedado en mi mente. No puede ser que aquello tenga más fuerza que mis técnicas de lucha. Aquello fue un momento, pero llevo desde mi infancia practicando mis artes de lucha. ¿Qué me está pasando?

Mientras pensaba en ello, notó un leve sonido de ramas moviéndose, y, mirando por el rabillo del ojo, tomó una de sus katanas (que había llevado consigo a la cascada) y se puso de pie, señalando con la espada en dirección de aquel sonido, con pose amenazante.

- ¡Sal de ahí, quien quieras que sea, o te juro que con tu pellejo me haré una funda nueva para mis katanas!

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