sábado, 5 de mayo de 2012

CAPITULO 12

Zoro estaba observando la alianza. Estaba como hipnotizado por ella, mirando atentamente el brillo dorado y los kanji inscritos. Poco a poco, los sentimientos tristes y suicidas habían abandonado su mente. Ya sólo su mente era gobernada por la imagen de Sanji, su amigo, sonriendo. Hacía ya varios días que el cocinero le había entregado aquella alianza, pero apenas había podido parar a observarla atentamente y dejarse llevar por sus sentimientos y pensamientos.


Por fin, aquella noche, la noche de su turno de guardia, podría mirar el anillo y poner en orden sus meditaciones. La luna brillaba en todo su esplendor, ayudando al joven en su adoración, y hasta daba la sensación de que hasta ella misma se había acercado para ver ella también la alianza. En más de una ocasión, le entraron ganas de ponerse el anillo, para ver cómo le quedaba y qué se sentía, pero el samurai se retractaba a tiempo. ¿Y si luego no podía quitárselo? ¿Y si todos le preguntaban por el anillo? ¿Y si Nami lo reconoce? "Procura que Nami no lo vea. La he dicho que, tras tu supuesta batalla con el Cetero, éste te registró y te las robó". Zoro sonríe.


- ¿Qué te he dicho?


Volvió a pasar. Zoro no sabía por qué, pero ya era la segunda vez que Sanji le sorprendía si que él se enterara de su presencia.


- Perdona...,- se guarda la alianza en el bolsillo. Sanji se sienta a su lado. Zoro estaba sentado, acurrucado en uno de los extremos del puente del barco -. ¿Qué haces despierto a estas horas?


- No podía dormir y pensé en venir a hacerte compañía... ¿En qué piensas?


- En nada,- Zoro no apartaba la mirada del suelo -, y en todo.


- ¿Puedo saberlo?


Zoro le mira. De repente, tuvo ganas de decírselo todo, de abrirle su corazón y contarle toda su vida, hasta los más ínfimos y superfluos detalles, pero no encontraba las palabras... ni la valentía. Vuelve el rostro.


- Ya lo sabes todo,- murmura.


Sanji le rodea con el brazo por los hombros.


- Te vuelvo a repetir que, cualquier cosa, estoy aquí,- sonríe. Zoro también dibuja una medio sonrisa tímida, pero no le mira. Sigue inmerso en observar la madera del suelo del barco. Pero algo le devuelve a la realidad. Ha notado algo en la mejilla, algo que, aunque ha durado medio segundo, le ha hecho estremecerse como nunca. Algo que ha hecho que sus ojos se abrieran de par en par por el asombro, sus mejillas se encendieran alcanzando un rojo intenso y su corazón comenzara a latir a pasos agigantados.


- ¿Qué... qué has hecho?,- la voz apenas le salía al peliverde. Sanji, sonriendo a su lado, no contesta, tan sólo se limita a repetirlo. Pero esta vez baja de la mejilla al cuello. Aquella sensación, aún más intensa, le hace cerrar los ojos, para dejarse llevar a un imaginario mundo extasiante. Entreabre sus labios para exhalar un sentido suspiro casi orgásmico. Aquello comenzó a acentuarse poco a poco cuando notó cómo la fría y blanca mano del cocinero traspasó sus ropajes y entró, al fin, en contacto con su erizado torso. Aquello lo estuvo esperando toda su vida. Se imaginaba que, en cada contacto, se iría directo a su yugular, a su cuerpo entero, como una fiera a punto de despedazar a su presa, pero no se movió, se quedó quieto, como una estatua, quizá paralizado por las mil y una sensaciones que todo aquello le producían. Él, un guerrero formado en mil batallas, un samurai como los de antes, capaz de dominar sus sentimientos, cuando no los había ya exiliado de su alma; él, ahora, estaba siendo dominado por todas aquellas sensaciones que durante años había aprendido a dominar. La mano de Sanji sube hasta su hombro y ayuda a que la manga del kimono se deslice. Zoro vuelve el rostro, tratando de esconder la extrema rojez que le envolvía. Cuando el kimono ya dejaba visible su torso, el cocinero comenzó a saborear cada punto de su itinerario del cuello al hombro, el pecho, bajando al estómago para subir repentinamente hasta encontrarse con los labios del tímido espadachín. Al principio se quedaron así, labio con labio, pero Sanji consiguió hacerse un camino con su lengua hasta poder penetrar y conquistar la del peliverde, entablando una batalla con la lengua de Zoro. Y ahí fue donde Zoro, finalmente, pudo mostrar todo lo que llevaba guardando toda su vida.





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