sábado, 9 de junio de 2012

CAPITULO 17

Zoro abre de repente los ojos, asustado. Se sorprende al encontrarse a sí mismo jadeando. El corazón le late con gran fuerza y rapidez que pareciera se le fuera a salir del pecho. Todo estaba oscuro y en silencio, salvo por el familiar crujido del barco siendo mecido por la suave marejada.

- Ha sido un sueño... Otro,- piensa, tratando de calmarse. Pero nota peso sobre su pecho -. Pero qué...

Y ahí estaba él, a su lado, abrazándolo. Se queda mirándolo, durmiendo. Su rostro tornaba tan angelical... Entonces, como un impulso involuntario, le quiere abrazar, pero temeroso de despertarle, simplemente le acaricia el brazo que lo envolvía. Al recorrer el brazo, llega hasta la mano, y aparta el brazo asustado. Apenas había luz en ese camarote, pero la suficiente como para que brillara el anillo de Sanji. Multitud de pensamientos se agolparon en su mente.

- No, no, no,- se repetía sin cesar -. Esto no puede estar ocurriendo. ¡Nunca debió ocurrir!

Pero... ¿qué ha ocurrido? Zoro no recuerda nada. Lo último, que Sanji se le abalanzó en la cocina. Trata de deshacerse del abrazo de Sanji, pero éste se despierta.

- ¿Qué tal estás?,- pregunta el cocinero, somnoliento.

- Bien...,- tartamudea Zoro, tratando de salir de la cama -. Muy bien...

- Me has asustado.

Zoro se queda sentado al borde de la cama.

- ¿Asustado? ¿Cómo que asustado?

Sanji se incorpora.

- Antes, cuando... bueno, cuando te besé en la cocina, te desmayaste. Al principio no supe reaccionar, pero cuando vi aquella gota de sangre aparecer por tu nariz, pues...,- Zoro, al oír aquello último, se lleva instintivamente la mano al rostro. No hay nada -. ¿Quién iba a pensar que tú, un rudo y apático samurai pudiera sangrar por....?,- sonríe -. Y en ese momento apareció Chopper. Se asustó él también. De repente, se puso a gritar como un loco "¡Un médico! ¡Un médico!" Quiso salir de la cocina y gritar por todo el barco... Bueno, tú ya sabes cómo es él,- sonríe -, pero le pude parar y taparle la boca. Le dije que él era médico, pero que no se preocupara. Le dije que tan sólo estabas durmiendo. Gracias a Dios que no te vio sangrar, si no, la habríamos liado.

- Pero, ¿entonces? ¿Te has atrevido a... mientras ellos...?

- No, se han ido a la isla. Yo me he quedado para cuidarte...,- le acaricia la espalda.

- Pero... ¿tú y yo...?

- No,- ríe sonrojado -. Cuando te he traído parecías un ángel. Eres tan diferente durmiendo a cuando estás despierto...,- ríe -. Y no he podido evitar acompañarte. Perdona si te he hecho sentir violento o algo, pero no he podido evitarlo.

Zoro se levanta de la cama de un salto.

- No, Sanji. Esto no puede ser,- Sanji se asombra del tono tan serio de la voz de Zoro -. Tú estás con Nami. Lo quisiste desde el primer día que la conociste. Y no puedes estar conmigo. Tú no eres como yo. Tú no...

- Tú eres mi amigo,- le interrumpe, sentado sobre la cama -. Y estoy aquí para lo que necesites. Cualquier cosa. Si un día, de repente, te da por querer hablar con alguien, aquí me tienes. Sólo quiero que lo sepas.

Zoro no se mueve, sigue dándole la espalda. No quería que él supiera que una simple palabra suya le hería y desarmaba más que todo un batallón de la Marina. No, no quería que supiera que una sóla palabra suya era más fuerte que él.

- Zoro...

Aquel susurro en su oído, aquellas manos asiéndole de los hombros, ese aliento, cálido y fresco a la vez, en su cuello. Volvió a cogerle de desprevenido. Ya era la tercera vez.

- Quiero que sepas que estoy aquí para hacerte feliz. No quiero que estés triste. Nunca. Dime una cosa, ¿qué es lo que ahora mismo te haría feliz? Lo que más...

- ¿Lo que más?,- murmura Zoro con la voz entrecortada.

- Sí... Lo que más...,- la voz de Sanji se desvanece poco a poco para convertirse en un sensual sello labial que imprime en el cuello del espadachín.

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