sábado, 16 de junio de 2012

CAPITULO 18

Aquella sensación le transportaba a un mundo utópico de sensaciones nuevas e increíbles. Cada beso, cada caricia le hacia experimentar sensaciones nunca antes sentidas por él. Ese maldito cocinero sabía qué hacer y cómo hacerlo. Bastó un beso, un sólo beso, en su cuello para desarmarlo. Basto un sólo beso para querer más. Bastó un sólo beso para desearlo.

Sin darse cuenta, Sanji le estaba abrazando por detrás. El contacto de su piel le hacía tener los vellos de punta, le hacía jadear como si acabara de correr una maratón, y le hacía envolverse en un sudor frío. Su cabeza le decía que se alejara, su corazón le contradecía, pero una tercera parte de su cuerpo acabó zanjando la discusión con un rotundo sí, verificado por el rubio.

Sus manos se deslizaban por su cicatrizado abdomen, cabalgando por los ásperos músculos, hasta poder traspasar la línea del pantalón. Hasta entonces, nadie, hombre o mujer, había osado y podido llegar tan lejos. Zoro seguía fuera de sí, en aquel mundo maravilloso de explosiones, sin ser consciente del sacrilegio cometido por su amigo.

- ¿Qué tal lo llevas?,- murmura Sanji, entre caricias y besos. Zoro entreabre los ojos para intentar mirarle, pero seguía sumido en aquel sueño, y, como si de la duermevela se tratase, fundió ambos mundo, el fantástico y el real, y acabó viendo a su amigo envuelto en un halo de fantasía. De repente, como poseído por una fuerza extraña, toma al cocinero de la cabeza y lo besa apasionadamente, forzándolo a caer en la cama. Sus lenguas comenzaron una extraña batalla, mostrando el mismo carácter que el de sus dueños: la de Zoro enseñaba una fuerza sobrehumana y dominadora, la de Sanji era más suave y sumisa. En un momento de extrema pasión, Zoro se deshace de la camisa de su amigo tirando con fuerza de la pechera, saltando los botones y mostrando su pálido torso -. Calma, fiera,- sonríe Sanji.

Zoro se detiene, asustado.

- Lo... lo siento,- tartamudea Zoro, calmado totalmente -. Este... este no soy yo. No sé qué me ha podido pasar...,- se aleja de él.

- Yo sí lo sé,- Sanji le retiene tomándole del hombro -. Es normal que se haya desatado esta pasión en ti. Llevas muchos años guardándolo y tarde o temprano tendría que explotar.

- Pero yo...,- murmura Zoro, entre lloroso y aterrado por su pronto.

- Tú déjame a mí,- responde el cocinero, forzando al peliverde a tumbarse. Pidiendo la revancha contra su lengua, Sanji se coloca encima de Zoro, envolviéndolo en un sinfín de besos y caricias por todo el cuerpo, recreándose en las zonas más sensitivas. Zoro luchaba contra sí mismo para no volver a actuar como hacía un momento, pero el cúmulo de sensaciones era demasiado grande. De repente, Zoro abre los ojos de par en par. Su mirada quedaba fija en el techo. Lentamente bajaba el gesto para mirar a su amigo. Ya estaban los dos desprovistos de ropa, y Sanji jugueteaba con su propio sexo, rozando la intimidad de Zoro, con cierto halo de malicia en su sonrisa.

- No, por favor...,- susurraba, aterrado, el peliverde -. Te lo suplico...

- Tú me has hecho padecer mil penurias con tu suicidio,- responde Sanji, con tintes sádicos en su voz -. Ahora es mi turno para hacerte sufrir. ¿Lo haré o no lo haré? Veamos...,- Sanji escenificaba una falsa duda, con la mirada gacha y una de sus manos acariciando su barbilla.

- Sa... Sanji...

Sanji le mira, sonriente. Se acuesta sobre él. Se queda a pocos centímetros de su rostro, fijando su cada vez más siniestra mirada en las aterradas pupilas de Zoro.

- No... Por favor...

- Pero, ¿no era lo que querías?

- Pero es que...

- Ahora no te hagas el remilgado. ¡Si tú hasta hace un minuto me arrancaste la camisa de cuajo!

- Pero ya te he dicho que yo...,- pero Zoro no puede continuar porque Sanji le calla con un beso. Zoro trataba de hablar, gimiendo, pero Sanji no le hacía caso. Zoro se desesperaba cada vez más, hasta que su cuerpo acaba arqueándose fusionado con un quejido lastimero y con una lágrima saliendo de sus ojos, cerrados con fuerza.

Porque Sanji, finalmente, lo hizo.



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